Democracia y soberanía
No soy antropólogo ni filólogo para darle significado a las palabras. Es tiempo de reconocer que la gobernadora Rocío Nahle García da muestra de entereza y gallardía para afrontar la adversidad. En Veracruz el cambio se refleja con una mujer comprometida con defender a quienes menos tienen y a los que se quedaron atrás. Vamos a erradicar cualquier tipo de discriminación. Exhortó a sus colaboradores a desempeñarse con transparencia, responsabilidad y eficiencia, un firme compromiso con los valores democráticos.
Vamos a garantizar que las oportunidades lleguen a todos priorizando el diálogo y justicia social como planes de gobierno. Unidad, respeto y solidaridad garantizan fortaleza. Finanzas soñadas palanca de desarrollo. También qué bueno que la gobernadora Rocío Nahle, está tomando con firmeza la decisión de mejorar los centros de salud. Ojalá que las medidas de la ingeniera funcionen. Es necesario hacer el cambio.
Coincido ampliamente con Agustín Contreras Stein en lo referente al comentario que hizo sobre el responsable de la subsecretaría de Gobierno, José Manuel Pozos Castro, político, experimentado y capaz con una larga trayectoria en el servicio público, vínculo político de la gobernadora Rocío Nahle García. A lo anterior yo agrego que es un filántropo de la política. Se desempeña como una figura relevante que, por sus singulares capacidades, ha logrado realizar una carrera meteórica, siendo hasta la fecha un gran negociador. Además hace una gran mancuerna con Ricardo Ahued Bardahuil.
A lo largo de mi vida no he tenido la oportunidad, la dicha y la responsabilidad de observar a muchísimas personas que deciden dar un manotazo en la mesa: denunciar. No hablo de servidores públicos, empresarios o clientes de alto perfil; me refiero a las y los mexicanos, mujeres, hombres, niñas y niños, personas que han sido víctimas del delito y que, en medio del dolor, del miedo, de la incertidumbre, se levantan para presentarse ante la autoridad y transformar todo en esperanza, que se les crea, que se les escuche y que se les proteja. Es así que he adquirido la experiencia de que denunciar en México no es fácil. Es un acto de profunda e inmensa valentía. No basta con narrar lo acontecido, sino que hay que resistir a las preguntas, contarlo una y otra vez, firmar documentos interminables, esperar horas, enfrentar dudas y, en la mayoría de los casos, soportar el trato insensible e indiferente con el que se manejan aquellos que supuestamente están llamados a proteger.
La ley establece que el sistema debe estar diseñado y enfocado hacia las personas. Que la víctima debe recibir una atención digna y que debe respetarse su derecho humano de acceso a la justicia. La ley lo prevé todo, pero en la práctica, la mayoría de las veces, las víctimas se enfrentan a un camino lento, burocrático y desesperante.
Lo que debería ser un proceso de acompañamiento, de restitución, de obtención de la verdad, se convierte en una ruta de desgaste físico, económico y emocional.
Acompañar a una víctima en todo esto es ver de cerca cómo la inactividad institucional también lástima. Es enfrentarse a mesas de atención al público que no brindan atención al público. Es presenciar cómo la espera también es una forma de violencia.
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