Todo era risa y felicidad, hasta que llegó la muerte: A quince años de la masacre de Las Juanas
Las autoridades ministeriales deslindaron a los asesinados de cualquier vínculo con la masacre del bar.
Armando Moreno
La noche del 14 de mayo de 2010, el bar “Las Juanas” vivía su gran debut en Torreón. Jóvenes de toda la Comarca Lagunera acudieron al nuevo antro ubicado sobre la calzada Saltillo 400, en la colonia Campestre La Rosita. Se prometía música en vivo, promociones atractivas y diversión.
Las copas se alzaban, las risas resonaban y la pista estaba llena. El clima, pese a la violencia que ya manchaba a diario los noticieros, parecía más festivo que temeroso.
Pero a las 00:45 del 15 de mayo, todo cambió.
15 años del ataque al Ferrie: recordando una de las tragedias más dolorosas para Torreón
A 15 años del ataque en El Ferrie, una sobreviviente recuerda la tragedia que marcó a TorreónCinco camionetas tipo Pick Up irrumpieron en las inmediaciones del bar. De ellas descendieron hombres armados con fusiles de asalto AK-47 y AR-15. Entraron sin titubeos y abrieron fuego contra la multitud. Los testigos describen una escena dantesca: cuerpos cayendo, gritos de horror, vidrios rotos, charcos de sangre, el infierno sobre la pista de baile.
Cuando finalmente se activó la línea de emergencia 066, lo que llegó a los despachadores fue un mosaico de versiones confusas. Unos hablaban de una riña, otros de más de 30 muertos. La reacción de las corporaciones policiacas fue lenta; no era para menos. En ese entonces, responder a un llamado como ese podía ser una trampa mortal para los oficiales.
Veinte minutos después, los cuerpos de seguridad y rescate confirmaban la tragedia: ocho muertos, más de treinta heridos y un bar convertido en zona de guerra.
La escena era apocalíptica. Las balas habían perforado paredes, cristales, cuerpos. En los sanitarios, bajo las mesas y detrás de la barra se encontraron cadáveres. Las investigaciones iniciales señalaron que el ataque fue ejecutado por miembros del Cártel del Golfo en venganza por la supuesta vinculación del bar con Los Zetas.
Horas después, en Lerdo, Durango, el horror se profundizó. Una camioneta gris apareció abandonada sobre la carretera. En el cofre, colocadas con brutal teatralidad, reposaban cuatro cabezas humanas. En la caja del vehículo estaban los cuerpos decapitados. Junto a ellos, un narcomensaje responsabilizaba a los jóvenes ejecutados del ataque a Las Juanas.
Días más tarde, la verdad golpeó más fuerte: los decapitados eran inocentes.
Las autoridades ministeriales deslindaron a los asesinados de cualquier vínculo con la masacre del bar. Solo habían sido víctimas del aparato de terror con el que los cárteles intentaban sembrar el miedo y ajustar cuentas a su antojo.
En julio de ese mismo año, fue detenida Margarita Rojas Rodríguez, entonces directora del Cereso de Gómez Palacio. Las investigaciones federales revelaron que dejaba salir a reos —miembros del Cártel del Golfo— para cometer ejecuciones selectivas, como la de Las Juanas y la del bar “El Ferrie”, ocurrida meses antes, el 31 de enero de 2010, donde ocho personas también fueron asesinadas con el mismo modus operandi.