El Metro no necesita maquillaje…
El terror que se vive en el Metro no siempre aparece en las cifras oficiales. A veces viaja callado, entre estaciones, respirando fuerte detrás de una mochila o apretando un gas pimienta con la mano sudada.
A veces ese terror es una chica que se cambia de vagón tres veces porque alguien la sigue. Otras veces, es una mamá que se aprieta contra su hijo cuando el convoy se detiene más de lo normal en un túnel. Son historias que no se denuncian, pero que se viven. Y todas comparten lo mismo: la certeza de que en cualquier momento algo puede salir mal.
Los pinchazos que han sido reportados recientemente —mujeres que reciben una inyección en medio de una multitud— son tan inverosímiles como reales. Y eso es lo más aterrador: que en esta ciudad, lo que parece ficción muchas veces es solo una parte más del día. Lo más fácil es desacreditar a la víctima. Lo más cómodo es suponer que exagera. Pero lo responsable es aceptar que si un solo trayecto en Metro se vuelve una ruleta rusa para una persona, la ciudad le ha fallado.
Y frente a todo eso, preocupa que aún no se haya presentado un plan de trabajo claro para el Metro. No hay señales de una estrategia integral que atienda la seguridad, el mantenimiento, la operación diaria. Como si la sola administración del sistema fuera suficiente, cuando lo que realmente se necesita es conducción, visión y acción. Lo que duele no es solo cómo se ve, sino cómo se vive: oscuro, sucio, peligroso, descuidado. Como si bastara con mantenerlo funcionando, cuando lo que urge es transformarlo.
No se trata de pedir milagros inmediatos —el deterioro lleva años—, pero sí de establecer prioridades. ¿De qué sirve que el Metro opere todos los días si lo hace bajo riesgo constante? ¿Qué sentido tiene hablar de transporte público accesible si una mujer no puede viajar sin miedo? Una estación abierta no es suficiente si no se siente segura.
La seguridad no se improvisa. No se pinta ni se anuncia. Se construye. Y eso implica infraestructura que funcione, mantenimiento constante, iluminación, vigilancia con perspectiva de género, atención inmediata a las denuncias. Implica entender que una estación caótica, sin control, sin flujo ordenado, refleja el abandono de una administración, no solo un problema logístico.
Durante años, se gobernó el Metro a base de respuestas reactivas. Solo se actuaba cuando pasaba algo grave. Y cuando pasaba —porque pasó muchas veces—, la respuesta era siempre la misma: discursos, silencio, y después olvido. Hoy no podemos repetir esa fórmula. Las nuevas autoridades tienen la obligación no solo de responder, sino de anticiparse. Porque gobernar bien no es apagar incendios. Es que no haya incendios.
El Metro necesita un proyecto de ciudad. Un modelo claro de qué debe ser el transporte público en la Ciudad de México: seguro, digno, eficiente y humano. No podemos seguir construyendo sobre parches ni maromas, como tristemente nos acostumbró la administración de la ex jefa de Gobierno. La confianza ciudadana no se recupera con eslóganes ni con pintura, sino con visión, estrategia y trabajo de fondo.
Porque al final, lo que la gente quiere no es un Metro bonito. Es un Metro donde no dé miedo subirse. Y eso, todavía, no lo tenemos.
Experta en temas de desarrollo y planeación
@gabysalido
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