Los que decidimos quedarnos en Culiacán
Me despertó el sonido de cinco disparos. Los escuché muy cerca, quizá enseguida de mi casa o enfrente. Miré el reloj: eran las 3:00 a.m. Pensé: “Están levantando a alguien”. Preferí seguir durmiendo, y a los minutos volvió el sueño. Al día siguiente, no supe si ese sonido había sido real o solo una obra más del estrés postraumático que ha dejado esta narco-pandemia en Culiacán.
¿Por qué nos quedamos en Culiacán?
Al principio, como muchos, también pensé en irme: migrar a otro municipio como Mochis o Guasave, o incluso a una ciudad más grande como Guadalajara. Pero luego me detuve: ya me habían quitado la tranquilidad, la noche, y la capacidad de pensar más allá de esta violencia que se ha prolongado por casi ocho meses. ¿También me van a quitar mi casa, que me ha costado años convertir en un hogar? ¿También me van a arrebatar mi doctorado, que representa toda una vida de esfuerzo? Decidí quedarme. Persistir. Aguantar. Luchar.
Mis mejores deseos son para quienes han tenido la valentía de irse, pero sobre todo para quienes han tenido los medios para hacerlo. Porque muchos de los que se han quedado no lo han hecho por idealismo, como yo, sino por necesidad. ¿Cómo migrar en un estado donde el salario promedio ronda los 11 mil pesos mensuales? La mayoría de quienes no estamos dentro de la economía del narco vivimos al día. Todos sabíamos que los restaurantes llenos y los autos de lujo eran financiados por esa economía que operaba justo frente a nosotros. Hoy, muchos de esos negocios están cerrando. ¿Casualidad? No lo creo.
Los que nos quedamos aprendimos a vivir con la muerte. A levantarnos sabiendo que otra fosa clandestina fue hallada con doce cuerpos. A leer que un auto fue incendiado con alguien dentro, justo cerca del Congreso. A enterarnos de que más niños se vuelven víctimas colaterales de esta guerra, que familias enteras desaparecen, y que mañana podría tocarnos a cualquiera de nosotros. Es cuestión de suerte. Esa es la normalidad de Culiacán.
Hoy, Culiacán es la segunda ciudad más insegura del país. El 89.7% de sus habitantes se sienten inseguros, según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana de abril, solo por debajo de Villahermosa, Tabasco. Todos tenemos miedo: de ser levantados por error, de que nos roben el auto en un semáforo, de convertirnos en una cifra más entre los 484 desaparecidos desde aquel 9 de septiembre en que esta guerra comenzó. Pero el mayor miedo aparece cuando cae el sol. Ahí, casi por instinto ancestral, sabemos que es hora de esconderse: los animales salvajes salen por su presa.
Yo también decidí quedarme para escribir, para contar desde dentro lo que ocurre en esta ciudad. Esta columna es testimonio de este infierno que construimos entre todos, poco a poco, por décadas. Como tú, yo también me pregunto cuándo terminará esto. Pero la pregunta que más me inquieta es otra: ¿Cómo acabaremos nosotros después de esto? Seguramente más rotos mentalmente de lo que ya estamos. Mi sugerencia: vayan a terapia quienes puedan pagarla. Quienes no, hablen con sus amigos, con su familia. No se queden callados.
Aun así, hay algo de lo que estoy seguro: Culiacán persistirá. Y tengo la esperanza de que, al final de esta oscuridad, una nueva ciudad pueda nacer. Una donde la vida valga más que el dinero. Una donde el deporte y la cultura nos definan, y no la narcocultura. Una donde los niños sueñen con darle a su ciudad un futuro, y no con entregarles sus vidas.
Referencias:
Estadística del RNPDNO por filtros - Dashboard CNB
inegi.org.mx/contenidos/programas/ensu/doc/ensu2025_marzo_presentacion_ejecutiva.pdf
Censos Económicos 2024. Resultados oportunos