Del inolvidable amor

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Aunque con sus fuerzas menguadas por el paso del tiempo y de la vida, él la tomó entre sus brazos y la llevó al hospital, durante todo el viaje se condolió de su pena y deseaba poder aliviar su dolor. Él no durmió aquella noche y tampoco se despegó de la cama de la enferma y mientras ella yacía agotada por el dolor, él acarició su frente y con un tierno beso le dijo al oído: “Aquí estoy amor, a tu lado y siempre contigo”.

Poco tiempo después, cuando ella había sanado, él murió inesperadamente y ella nunca volvió a sonreír.

La vida en muchas formas supera cualquier ficción, la escena antes descrita es real, sucedió en verdad, me sucedió a mí.

Solemos tachar de absurdo y cursi lo que no hemos vivido. Nos burlamos del goce ajeno, de aquello que causa felicidad a otros por su simplicidad o por su estoicismo y sin embargo, las demostraciones de amor que muchos consideran cursis o anticuadas, pero que son capaces de arrancarnos lágrimas aún sin desearlo, no son los besos apasionados ni las caricias presurosas en una noche de alcohol y sexo, ni tampoco son las bellas frases estudiadas que se dicen como recitando una tarjeta. Antes bien, son aquellas acciones y palabras que nacen de lo profundo del alma en los momentos críticos, aquellas que emergen cuando la pasión y el deseo casi se han esfumado, cuando la miseria ha entrado a la casa o cuando la muerte llama a la puerta.

Crecí pensando que el amor empezaba y culminaba con el beso de tres segundos en las películas en blanco y negro que veía por televisión o que era la mano que franca y abierta se extendía en medio de la multitud para albergar sólo a otra mano entre mil o que era gesto de la madre abnegada que aguardaba en silencio el regreso de su hija del trabajo y que a su vez ésta demostraba el amor a su madre comprando algunas piezas de pan para cenar en una fría noche en una humilde casa de vecindad.

Apasionadadesde niña de la literatura, lloré con Romeo cuando creyó muerta a su Julieta, me cautive con el apasionado romance de doña Inés en “Don Juan Tenorio”,sufrí hasta el límite las desventuras del joven Werther en la novela de Goethe, comprendí que por el amor carnal, aún el no conocido, también se languidece y se enloquece como Angustias en “La Casa de Bernarda Alba”, de Lorca y que los sentimientos y deseos pueden desencadenar a un tiempo el goce y el martirio,como en “La Insoportable Levedad del Ser”, de Kunderay, de igual forma justifique los motivos de los artilugios de Calisto para alcanzar el amor de Melibea en “La Celestina”, porque como decía mi madre, en la guerra y en el amor todo se vale.

Sea en el rincón de una cantina, en la soledad de una cama vacía o sobre la lápida de una tumba fría, al amor se le canta, se le recita...se le idolatra.

Y me propuse encontrar el amor. Amor de almas que difiriera del juego de camas, queperenne e inmutable se acogiera a los tiempos postreros donde la piel marchita y el calor de primaveras pasadas no hicieran mella.

Un amor sin carne ni tiempo, de pasiones adormitadas que evocara recuerdos más que madrugadas. Un amor de besos eternos con sabor a caminos largos y miradas cortas, de palabras dulces y noches enteras. Un amor a puerta cerrada que descarnado de todo apego, erizara mi alma y mi mente conmoviéndome hasta las lágrimas por su calidad humana, aquel que sostuviese mi mano al final de mis días, con quien siempre contaría y que siempre contaría conmigo, aquel que me tocara la frente cuando yaciera en la cama de un hospital y que al creerme dormida me dijera al oído: “Aquí estoy amor, a tu lado y siempre contigo”.