Francisco y su voz ante el nuevo orden internacional
Iván Arrazola*
Francisco I pasará a la historia no solo como el primer Papa latinoamericano, sino también como un líder que enfrentó un entorno global altamente complejo y marcado por la polarización política. Más allá del impulso renovador que imprimió a su pontificado, uno de sus principales aportes fue su firme visión sobre los problemas sociales del mundo contemporáneo y su decisión de colocar estos temas en el centro del debate internacional.
En un escenario donde la cooperación internacional está en crisis y donde gobiernos democráticamente electos apuestan por debilitar las instituciones y concentrar el poder, Francisco rompió con la tradición vaticana de hablar en abstracto sobre principios generales como la paz y la concordia. Desde el inicio de su pontificado, optó por abordar de manera directa y concreta cuestiones incómodas para muchos gobiernos.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco colocó la migración como uno de los temas centrales de su agenda, confrontando abiertamente las políticas antiinmigrantes, particularmente aquellas impulsadas por Donald Trump. En un debate en el que participó el vicepresidente JD Vance, Francisco criticó la interpretación restringida que Vance hace del concepto cristiano de ordo amoris. Para Vance, este principio implica una jerarquía de deberes que prioriza las obligaciones inmediatas hacia la familia o la comunidad propia por encima de las necesidades de otros más lejanos. En respuesta, el Papa, a través de una carta, afirmó que el verdadero ordo amoris que debe promoverse es “el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción”.
Asimismo, Francisco asumió una postura firme frente al cambio climático. En su encíclica Laudato Si’, publicada en 2015, denunció el modelo económico global por su responsabilidad en la degradación ambiental y la pobreza, atribuyendo a los países ricos y a las grandes corporaciones una cuota importante de esta crisis. Esta intervención no solo fue innovadora en el contexto de la doctrina social de la Iglesia, sino que también posicionó al Vaticano como un actor relevante en los debates medioambientales internacionales.
La defensa de la dignidad humana también se manifestó en su condena a los conflictos armados. Francisco no dudó en expresar su dolor ante la guerra en Ucrania, calificándola como un “acontecimiento doloroso y vergonzoso para toda la humanidad”. Del mismo modo, mostró su solidaridad con las víctimas del conflicto en Gaza, exhortando a la comunidad internacional a actuar para poner fin al sufrimiento humanitario y a recuperar la esperanza en la paz.
Sin embargo, su postura hacia regímenes autoritarios, como los de Cuba y Venezuela, fue más matizada y objeto de críticas. En el caso de Cuba, Francisco describió al país como “un símbolo con una gran historia”, evitando una condena explícita al régimen. En relación con Venezuela, aunque en un principio apostó por el diálogo entre el gobierno y la oposición, con el tiempo —tras el fraude electoral y el recrudecimiento de la represión— adoptó una postura más crítica, afirmando que “las dictaduras no sirven y terminan mal, antes o después”.
En conjunto, la actitud de Francisco marcó un antes y un después en la diplomacia vaticana. Frente a la tradición de mantener un lenguaje diplomático y evitar confrontaciones directas, Francisco optó por una voz franca, valiente y compasiva. En un contexto de creciente polarización y redefinición del nuevo orden internacional, el Papa dejó en claro que la dignidad humana debe ser el eje central de cualquier agenda global. Su liderazgo demostró que, incluso en tiempos de incertidumbre, la firmeza moral y la defensa de los más vulnerables pueden y deben ser el faro de la acción internacional.
*Analista político y colaborador de Integridad Ciudadana A. C. @ivarrcor @integridad_AC