Chiquis, la perrita bolera de los Portales de Toluca
Cada mañana, una chihuahua acompaña a su dueño desde Zinacantepec hasta el Centro Histórico, donde limpia zapatos entre una ciudad que cambia de calzado
Ximena García
Bajo la sombra de los Portales de Toluca, en la esquina de Bravo e Independencia, una perrita chihuahua se ha vuelto parte del paisaje urbano. Se llama Chiquis y, junto a su dueño, Carlos Villalba, ha hecho de la calle su lugar de trabajo.
A diario, ambos llegan desde Zinacantepec, cargando una mochila con betunes, cepillos y tenis relucientes por entregar.
Carlos es bolero. Instala su silla, acomoda un banquito de madera, y acomete la jornada con las herramientas de siempre. A su lado, Chiquis descansa envuelta en una cobija de colores. Observa a los peatones que cruzan apresurados, se deja acariciar por los conocidos, no ladra ni corre. Solo espera.
Oficio en transformación
El oficio que Carlos aprendió ha cambiado. Lo cuenta sin reclamos, con una resignación silenciosa que se refleja en su rutina: cada vez menos personas usan zapatos de piel. Los tenis han desplazado a los mocasines y el calzado clásico ha cedido paso a los modelos deportivos. Eso, admite, le ha pegado directo al bolsillo.
‘Antes lustraba más pares, ahora la mayoría trae tenis y esos ya vienen limpios o no los quieren arreglar’, dice mientras acomoda un par recién entregado. Cobra 30 pesos por su trabajo, aunque no siempre se lleva la tarifa completa. A veces, la gente le deja menos.
Sin embargo, él se mantiene. Llega temprano, se instala en su esquina habitual, entrega calzado limpio y conserva la fidelidad de quienes aún buscan un buen bolero. Chiquis, desde su sitio, lo acompaña en silencio.
La dupla del portal
Con gorra blanca bordada con la frase ‘Pasión por Toluca’, Carlos se ha vuelto tan reconocido como su pequeña compañera. Algunos transeúntes ya se refieren a Chiquis como ‘la bolera de los Portales’, aunque no toque una sola suela. Otros la fotografían, preguntan por ella o simplemente se detienen a sonreírle.
Ambos representan una imagen que resiste en el corazón de la ciudad: la del trabajo a pie de calle, la del vínculo humano con los animales, la de la constancia que no se anuncia. Al terminar la jornada, Carlos guarda sus herramientas. Chiquis se acomoda sobre la mochila. Juntos emprenden el camino de regreso a casa, dejando atrás la esquina que, por un día más, hicieron suya.
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