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Archivos Secretosviernes, 21 de febrero de 2025

Horas de terror: ex militar intenta asaltar un banco y toma rehenes en Iztacalco, pero termina muerto

Tras largas horas de zozobra, rescataron a quince rehenes; el delincuente terminó sin vida y no se supo si fue un suicidio o alguno de los agentes le disparó a matar

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/ Foto Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca "Mario Vázquez Raña" y La Prensa
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Carlos Álvarez

Seis horas de terror y conmoción, aproximadamente. Tiempo eterno donde todo pareció quedar suspendido en un instante, en un mismo lugar, con un grupo de personas que, aquel día, ignoró lo que ocurriría después de cruzar las puertas de una sucursal bancaria.

Cuentan algunas versiones que se trató del primer asalto bancario (o intento de asalto) en el que hubo rehenes y que, además, fue transmitido por televisión. El suspenso fue tan impactante que llegó a calificarse el evento como si se tratara de una película.

De acuerdo con ciertos reportes, se habló de que alrededor de mil agentes de diferentes corporaciones policiacas rodearon la sucursal, ubicada sobre la Calzada Ignacio Zaragoza, en la colonia Agrícola Oriental, de la entonces delegación Iztacalco. La cifra fue una exageración, pero sirvió para dar una idea de la magnitud de lo ocurrido.

Aquel 30 de diciembre de 1996, casi en la víspera del Año Nuevo, se desató el infierno. Y todo debido solo a una persona que, ataviada con una pañoleta y una gorra –para evitar ser identificado- decidido, ingresó al Bancomer y gritó: “Esto es un asalto”

Hay varias versiones de los hechos, aunque todas convergen en identificar a un solo responsable. Otras versiones apuntan a que eran tres los ladrones, dos de los cuales intentaron evadirse mezclándose entre los rehenes. Lo cierto es que, al final, solo corrió la sangre de uno.

LA PRENSA lo dio a conocer del siguiente modo, pues en el lugar de los hechos se dieron cita sus reporteros y fotógrafos:

“Sanos y salvos fueron rescatados por lo menos 15 cuentahabientes empleados de Bancomer, sucursal Ignacio Zaragoza, luego de ser tomados como rehenes por solitario sujeto que cargado con dos pistolas y una granada, los mantuvo privados de la libertad por espacio de seis largas horas.

El martirio terminó cuando el delincuente trató de huir con solo dos de sus víctimas en un vehículo donde finalmente (versión de la policía) se disparó un balazo cuando, en una rápida acción, los policías sacaban a una de sus víctimas para intentar detenerlo”.

Todo había comenzado entre las 13:40 y las 14:40 horas. Por los cristales del banco se alcanzaba a ver a un hombre delgado y de baja estatura que llevaba puesta una gorra blanca, se escondía entre los muebles y de vez en cuando asomaba la cabeza para asegurarse de que nadie pasara la puerta principal. En una de sus manos portaba una pistola; en la otra una granada y, al mismo tiempo, utilizaba como escudo a dos mujeres y un joven.

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En el piso, otros hombres, mujeres y niños yacían tirados boca abajo sin atreverse a mover. Había la amenaza de que quien se moviera se moría. Eran momentos de terror y de súplicas y de rezos.

Afuera, francotiradores de la Policía Judicial y agentes tanto de la Secretaría de Seguridad Pública como de otras instituciones buscaban el mejor lugar para cazar al solitario asaltabancos.

Los expertos tiradores parecían petrificados, pegados a las miras telescópicas de sus rifles de alta precisión Adentro, las escenas de pánico iban en aumento, los movimientos del asaltabancos eran cada vez más erráticos puesto que actuaba con mayor nerviosismo conforme avanzaba el tiempo; por su mente cruzaba el pensamiento de que podría verse sorprendido por la policía.

Y no era para menos, puesto que afuera de la sucursal, una turba de patrullas y policías uniformados y de vestidos de civil esperaban a que cometiera un error para entrar en acción.

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/ Foto Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca "Mario Vázquez Raña" y La Prensa

Algunos curiosos y también unos representantes de los medios de comunicación se acercaron sin medir el peligro. La situación era extremadamente tensa tanto adentro como afuera, incluso más allá, debido a la señal televisiva.

No era para menos, el hombre de la gorra –que dijo llamarse Gerardo “N”- había intentado asaltar el Bancomer ubicado en la Avenida Ignacio Zaragoza, número 945, casi esquina con Rojo Gómez, en la colonia Agrícola Oriental, en la delegación Iztacalco, pero al ver que sus intenciones se habían visto frustradas, decidió tomar como rehenes a por lo menos quince personas, entre cuentahabientes y empleados de la misma institución bancaria.

Era la víspera del 30 de diciembre de 1996. Las familias hacían los preparativos para la cena de Año Nuevo y por lo tanto acudían a los bancos para sacar un poco de sus ahorros y con ello festejar en familia la llegada de 1997. Gerardo “N”, el asaltabancos, estaba convencido de que ese sería un buen año para él.

El reloj marcaba las 13:15 horas del último lunes del año. En el Bancomer, varias personas hacían sus operaciones como de costumbre y nadie se había percatado de la presencia de un joven que con paso cauteloso se había acercado a los vigilantes del lugar.

Al estar junto a ellos, de manera muy hábil, desenfundó una pistola escuadra calibre .9 milímetros que ocultaba entre sus ropas y apuntó contra los policías de la Secretaría de Seguridad Pública para gritar: “Nadie se mueva o se muere. ¡Esto en un asalto!”

Casi al mismo tiempo, intentó desarmar a los custodios, sin embargo, estos al oponerse y al tratar de detenerlo fueron tiroteados por una carga de la pistola del solitario y misterioso sujeto, quien con su conocimiento en el uso de las armas logró herir en una pierna a uno de los uniformados, en tanto que al otro sí logró desarmarlo.

Otra de las balas que salieron de la pistola del asaltante se incrustó en el muslo de uno de los clientes, quien instantáneamente se desplomó en el piso, mientras que las demás personas y empleados quedaban pasmadas ante lo que acababan de presenciar.

INICIA LA PESADILLA

La serie de disparos ocasionó terror entre los presentes, quienes ante el temor de ser una víctima más de una bala perdida, por instinto, unos se ocultaron entre el mobiliario y otros se tiraron al piso pecho a tierra. La histeria era colectiva, había llanto, gritos sofocados por el terror y la certeza de que alguien probablemente moriría. Algunas personas comenzaron a rezar.

Hasta ese momento, nadie se explicaba lo que sucedía, sólo el delincuente permaneció de pie y puso en marcha su plan. Estaba decidido a todo. Sabía que sería un buen año para él y su familia. Habría dinero y de sobra para darse los lujos que le debían.

Sereno, ordenó que nadie se moviera y echó a andar la segunda parte de su plan, sacó una granada y amenazó con volar el banco. El temor de morir obligó a hombres, mujeres y niños a obedecer al sujeto que hablaba con mesura y seguridad, dispuesto a todo. Empuñando la pistola en su mano derecha y sin soltar el artefacto explosivo que sostenía en la otra, entregó a las cajeras una mochila y les ordenó que guardaran en ella todo el dinero en efectivo.

Mientras esto sucedía, las detonaciones que se originaron al someter a los policías habían alertado a transeúntes y vecinos del lugar. De inmediato, hubo varias llamadas de auxilio a la policía, por lo que en cuestión de segundos aquel apacible lugar se tornó en el infierno. Centenares de policías llegaron al sitio.

El canto de la sirena de la primera patrulla que llegó hizo que el asaltante ordenara a los empleados cerrar las puertas del banco, tras lo cual se ocultó entre personas que hasta entonces mantenía en el piso bajo sus órdenes. Los policías que acababan de llegar se acercaron al acceso del banco para ver qué ocurría, pero en esos instantes escucharon una voz que les gritaba que se alejaran.

También circuló la versión de que fue el hecho de que alguien activó la alarma y por tal motivo tan solo minutos después llegaron las unidades policiacas. Ante lo cual, se encontraron con una escena que parecía haberse extraído de una película. Adentro, un sujeto el único asaltante ya había tomado rehenes, estaba armado y era peligroso ante la vista de todos.

Luego de que las patrullas cerraran el paso a los vehículos y los policías de a pie intentaran mantener al margen a los espectadores para prevenir cualquier accidente, llegaron el director de área de la que fuera la Policía Judicial en Venustiano Carranza, José Vilchis, su homólogo en Iztacalco, Moisés Guzmán Tinoco y el jefe del sector 4 Iztacalco de la policía capitalina, Marco Antonio del Prado, con indicativo Azteca, quienes iniciaron las negociaciones con el asaltante.

Para comenzar, el asaltabancos pidió la presencia de LA PRENSA y también quería que los medios televisivos estuvieran presentes. No se sabía si su deseo era la fama o la distracción, generar más pánico o simplemente pedir cosas que tal vez no le podían cumplir.

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/ Foto Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca "Mario Vázquez Raña" y La Prensa

Pero tan pronto le fueron cumpliendo sus peticiones comenzó a liberar a algunos de los rehenes, pero antes de hacerlo, Gerardo “N” amenazó nuevamente con hacer estallar la granada si trataban de sorprenderlo o jugarle “chueco”.

La liberación comenzó con dos niños, dos mujeres y dos hombres, entre los que se encontraba uno de los cómplices que se hizo pasar por víctima, pero al no poder explicar su presencia en el banco fue descubierto e identificado como Jorge de Jesús Ríos Riveles.

Lentamente y bañados en sudor por miedo a morir, de dos en dos los rehenes se fueron arrastrando hasta la puerta del banco, donde fueron recibidos por socorristas de la Cruz Roja y Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas, así como por policías preventivos y judiciales que se encontraban a la expectativa.

Cuando quedaban sólo tres mujeres y un joven, entre ellos dos empleadas del banco, Gerardo “N” anunció que estas personas se quedarían como él hasta que lograra salir y escapar sin que la policía lo persiguiera, ya que en caso contrario los mataría antes de que lo atraparan.

Escudándose con los cuerpos de sus cuatro víctimas, el ladrón sabía ya que el Año Nuevo le sería muy complicado, y sin dejar de apuntar con el cañón de su pistola a una de las mujeres, le arrebató su bolso de mano para sustraer su maquillaje. Con los tintes oscuros, Gerardo “N” se pintó el rostro para evitar que fuera identificado desde lejos.

El diálogo entre los jefes policiacos y el delincuente prosiguió. El hampón ordenó que se le entregara un chaleco antibalas que fue arrojado por el subdirector, Moisés Guzmán Tinoco, a unos metros del interior del banco, donde fue recogido por el joven Érick, quien pecho tierra logró ver la puerta, pero sin dejar de ser blanco del asaltante que le pedía que regresara ante él lo más pronto posible, mientras por la mente de Érick se presentaba la oportunidad de correr para ponerse a salvo.

Al tener en sus manos el chaleco y sin dejar de observar los movimientos de la policía, el asaltabancos se colocó la prenda para enseguida ordenar que le facilitaran un vehículo en buen estado y con suficiente gasolina a las puertas del banco.

Para esos momentos, el director general de la Policía capitalina Luis Gutiérrez Flores, había hecho acto de presencia y al conocer la última petición del maleante, giró instrucciones para que se le otorgaran todas sus peticiones al asaltabancos a cambio de que dejara en libertad a los últimos cuatro rehenes.

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/ Foto Fototeca, Hemeroteca y Biblioteca "Mario Vázquez Raña" y La Prensa

De esta manera, le proporcionaron el automóvil Mistique, color cereza, placas de circulación YL-60, propiedad de empresa una automotriz y empezó la angustiosa y lenta espera para que Gerardo “N” decidiera salir y dejara en libertad a sus últimas víctimas.

Desde el interior del banco, el individuo que en minutos llamó la atención de todo el país, gritó que abrieran la cajuela y las puertas del carro para revisarlo.

Aparentemente, todo estaba listo para que Gerardo escapara, después de seis tensas horas de espera y negociación. Afuera de la institución crediticia, una veintena de francotiradores con rifles de precisión y miras telescópicas, se encontraban colocados de manera estratégica y esperaban a que el asaltabancos estuviera a la vista para dispararle, debido a que había rehenes a quienes salvar a como diera lugar, aun a costa de la vida del hampón.

Mientras tanto, decenas de agentes, comandantes, subdirectores, jefes de sector y oficiales de la Policía Judicial y preventiva se encontraban distribuidos alrededor del banco que era sobrevolado por helicópteros de la Secretaría de Seguridad Pública, en tanto que otros policías se hallaban ocultos en los anuncios publicitarios, azoteas, vehículos y del puente peatonal de entrada y salida a la estación del Metro Agrícola Oriental.

Los reporteros de los diferentes medios de comunicación que se encontraban a unos metros de la entrada principal del banco, no perdieron detalle de los acontecimientos y movimientos que cada instante se tornaban más peligrosos.

LLEGÓ LA HORA

Una lluvia de invierno comenzó a caer. El sol se ocultó y lentamente llegó la oscuridad. El frío comenzó a calar hasta los huesos, pero nadie se retiraba del lugar.

Dieron las 19:20 horas. Una serie de gritos de los jefes policiacos que ahora se protegían con un escudo especial blindado, comenzó a dar órdenes para que todos se alejaran de las instalaciones del banco, porque Gerardo “N” iba a salir y exigía que toda la gente se “largara” y le dejaran limpio el paso.

A pesar de ello, nadie parecía escuchar, por el contrario, todos a base de empujones se acercó en forma de media naranja para ver cómo era Gerardo “N” y sus víctimas.

Como si fuera una escena de película extranjera, el delincuente tomó del cuello con su brazo izquierdo a la gerente del banco, Cecilia Velázquez y con una pistola revolver que le quitó a los policías apuntó a la cabeza de la empleada bancaria, mientras que con su otro brazo mantenía sujeto de la misma forma a Érick, a quien obligó a que se colocara la mochila con el dinero en su pecho, al tiempo que utilizaba a sus rehenes como escudos para evitar a los francotiradores.

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Indeciso, mandó a la otra joven a revisar el automóvil y luego le ordenó regresar juento a él. Acto seguido, le indicó que lentamente se alejara porque ya era libre.

Con pasos suaves, la joven se retiró de su raptor, quien no dejaba de apuntar a sus víctimas y a los policías con los que dialogaba.

En ese momento, la situación pareció ponerse más crítica, debido a que el asaltabancos retrocedió varios pasos y volvió a ordenar que todos los policías se regresaran o de lo contrario mataría a las dos mujeres y al joven que aún mantenía como rehenes.

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Esta actitud de Gerardo “N” hizo exasperar a los jefes policiacos, que comenzaron a gritarle que se dejara de juegos y cumpliera lo acordado para que se fuera del lugar y dejara en libertad a las víctimas.

El maleante volvió a salir con paso cauto, pero más indeciso que la vez anterior y en un descuido, la otra rehén hábilmente logró “escaparse” por una pared y llegar a los agentes policiacos que de inmediato la protegieron.

Después de volver a dialogar, pidió que le dieran agua para sus rehenes. Los subdirectores Felipe de Jesús Vilchis y Moisés Guzmán Tinoco le acercaron una botella con el líquido, pero antes de probarlo, pidió a los jefes policiacos que le tomaran para evitar alguna sorpresa.

Cumplida su petición, lentamente entregaron el recipiente a sus víctimas que apuraron unos tragos para regresar la botella.

Llegó la hora. Junto con sus rehenes, Gerardo “N” caminó hacia el Mistique. Por la puerta trasera derecha introdujo a la gerente, enseguida entró él y después obligó a subir al joven para cerrar las puertas y esperar la llegada del chofer que manejaría el automóvil que, como se había acordado con el delincuente, sería el comandante Guzmán Tinoco.

Vaya sorpresa se dio a continuación. En una relampagueante y precisa acción, varios agentes judiciales rodearon el vehículo y, de pronto, uno de ellos abrió la portezuela izquierda, tomó a la mujer del brazo y la jaló para arrojarla al piso.

Al mismo tiempo, otros elementos abrieron la puerta contraria y tras agachar al joven, tomaron por ambos lados las manos de Gerardo “N” para arrebatarle las pistolas. En el forcejeo, se escucharon dos detonaciones de arma de fuego y todo se volvió un pandemónium.

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Cuenta la versión del reportero Gerardo Jiménez, que “agentes de la Policía Judicial se arrastraron sobre el suelo hasta llegar a ambas puertas traseras, mientras que Marco Antonio del Padro, El Jefe Azteca se levantó en el medallón del vehículo y mientras se abrían las puertas al mismo tiempo, el mando policial disparó haciendo blanco en la cabeza del ladrón”.

Un elemento que se acercó corriendo al auto para ver a Gerardo, solo pudo percatarse de que éste había quedado sentado con la cabeza recargada sobre el asiento. Parecía brotarle sangre y él ya no se movía.

Cuenta también Gerardo Jiménez que: “En ese mar de gente, el periodista Noel F. Alvarado de LA PRENSA atestiguó el fallecimiento de ese hombre frente a diversos mandos policiales, [pues] logró ingresar con los agentes que habían concretado el operativo. Todo, a unas horas de recibir [el año] 1997”.

Posteriormente, socorristas del ERUM le brindaron los primeros auxilios y en los momentos en que le quitaban el chaleco antibalas, cayó una ojiva del arma de fuego. De inmediato, lo trasladaron en la ambulancia al hospital del ISSSTE Zaragoza, donde decretaron que había perdido la vida a consecuencia de “los disparos” que recibió en el cuello.

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CRIMEN O SUICIDIO

Aunque la versión de la PGJDF informó que en la rápida acción de rescate Gerardo “N” fue quien se había propinado el balazo, la opinión pública puso en entredicho estas afirmaciones, aunque no hubo mayor investigación al respecto, puesto que el resultado había sido favorable en términos prácticos.

Después de que el cadáver del asaltabancos fue trasladado al Servicio Médico Forense, donde se le practicó la necropsia de rigor, los peritos de la Procuraduría capitalina se avocaron a tratar de identificarlo por medio de análisis de huellas dactilares; sin embargo, no se logró obtener información sobre este hombre, quien permaneció en la gaveta 23 del Semefo por espacio de 13 días.

De esta manera, quedó en entredicho la modernización de la justicia, cuando no se contaba ni con datos para identificar a alguien que perteneció al Ejército. Fue hasta el sábado 12 de enero, cundo las autoridades informaron que a través de archivos encontrados en la Secretaría de la Defensa Nacional, Gerardo “N” fue plenamente identificado como Anastasio Saldaña Flores, de 26 años, originario del Estado de Puebla, mismo que se desempeñó como soldado de infantería en las Fuerzas Armadas.

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Cuando el cadáver de Anastasio Saldaña Flores (Gerardo “N”) estaba a punto de ser trasladado a la fosa común o a un centro de estudios médicos, para que sirviera en prácticas de estudiantes, fue reclamado por dos de sus hermanos y por Marina Ortega, quien fuera su concubina.

Estas personas indicaron a las autoridades que su familiar venía desempeñándose como trabajador en varios oficios; el último de ellos fue en la Central de Abasto donde laboró como “diablero”; asimismo, afirmaron que si robó fue por necesidad.

Además, indicaron ignorar por qué Anastasio decidió realizar el osado acto en el que terminó por perder la vida al recibir un disparo en el cuello. Solo recordaban que en las últimas semanas, constantemente repetía a todos que “le debían” y que les iba a cobrar porque ya estaba cansado, pero no sabían a quién o a qué se refería.

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