Paréntesis | Beatriz Juvera, un retrato de vida
Para sumarnos a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, Magda Rivera escribe una narrativa rica en detalles y anécdotas, que nos revela la vida y el legado de Beatriz Juvera, cuya pasión y tenacidad transformaron el panorama artístico de la región
Redacción / El Sol De Hermosillo
Magda Rivera / Colaboradora
Fue concebida en Nacozari de García, pero quiso el destino que naciera en Arizpe, Sonora, en plena canícula de verano, entre montañas, acequias y huertos, una niña blanca como la luna, de ojos felinos y figura elástica, atributo acorde a la resiliencia que la acompañaría a lo largo de su vida, sembrando arte en la aridez del desierto.
La danza fue su amor a primera vista: “yo quería ser parte de ese mundo”. Eran las muñecas con vestidos de papel, el público que aplaudía mientras su cuerpo volaba cual musa de Chagall dibujando pájaros y guitarras. Soñaba con vivir en un reino lleno de belleza, salterio y gozo, cuya ofrenda a Terpsícore, serían el fuego de la danza que abraza el alma y el espíritu, para llevarla a la inmortalidad.
Tenía 12 años cuando, siguiendo el ejemplo de su hermana Cecilia, dos años mayor, inició sus primeras clases de ballet en Hermosillo con la maestra Martha Bracho. Y ya no paró.
Paréntesis | Textos coreográficos para leerse desde y con el cuerpo
Descubre cómo Evoé Sotelo nos propone una lectura “desde y con el cuerpo”, donde la palabra se convierte en acción, sensación y experiencia, desafiando nuestras concepciones tradicionales de la literatura y la danza.Beatriz Juvera Morales, bailarina, coreógrafa, docente, activista cultural, encarna el poder femenino hecho danza, pasión y compromiso social. Guerrera, audaz, terca hasta el tuétano, tocó puertas para hacer de su arte, una profesión digna y respetada. Como no le abrían, tumbó puertas. Como no la escuchaban, alzó la voz. Sus enseñanzas dieron frutos en Hermosillo, el Noroeste y otras regiones del país. Un semillero de bailarinas y bailarines constatan su rigurosa y sostenida práctica docente, acompañada de su inseparable tambor.
Su legado incluye la profesionalización de la danza contemporánea; arte con valor, fuente de realización personal y transformación social, así como la inclusión de hombres como ejecutantes, en una época donde vestir mallas y leotardo, era severamente criticado por una sociedad conservadora, profundamente religiosa. En 1983 fundó la academia Truzka. Esto la convirtió en precursora y marcó un hito en la historia de la danza; siguiendo su ejemplo, más compañías y academias fueron incorporando varones a sus filas.
Las bailarinas asumían los roles masculinos porque en esos tiempos no era bien visto “un hombre en payasito”. Era impensable que un joven entrara a un espacio “tan femenino”. En la colección de fotos de Beatriz, hay una imagen de Margarita Oropeza, joven, donde representa a “un bailarín”, por lo que usa bigote y sombrero, en lo que parece ser un “cuadro” de danza folclórica, la palabra “coreografía, no existía”. Una anécdota más; cierta vez, una bailarina hizo una breve aparición en el escenario, vestida de hombre, pero por sus movimientos, que al público le parecieron delicados, se dijo que era “un jotito”.
En los ochenta los hombres se fueron incorporando a las clases de danza contemporánea, que impartía la maestra Juvera, en la Universidad de Sonora, entre ellos, David Barrón, Miguel Mancillas, Juan Izaguirre. Fue un proceso gradual, pero con gratos resultados para Beatriz porque volcó dos décadas de experiencia y formación por lo que al año ya estaban bailando mujeres y hombres juntos, en recintos culturales y en espacios públicos, para danzar las emociones y representar la compleja realidad a través de sus cuerpos.
El baile de las abuelas
En el ocaso de febrero, una cofradía de mujeres sabias y de espíritu libre, se reúnen, no solo para recordar su etapa de adolescentes, cuando ensayaban “El lago de los cisnes”, de Tchaikovsky, sino para celebrar a Beatriz, la amiga y compañera de la clase de ballet; mimarla y prodigar cariño, admiración y jugarle una que otra broma, después de tantas lunas juntas.
Alegres, ligeras, como niñas traviesas, atraviesan la sala que luce un arbolito de navidad y se dirigen al salón de ballet, donde Beatriz fungirá como su maestra, mientras que la cámara fotográfica captará y guardará para la posteridad ese momento.
En otros tiempos Martha Bracho, “mi madre en la danza”, las dirigió con paciencia y amor, tanto que sus enseñanzas siguen vigentes, como la idea de que “bailar es bueno para la salud y produce bienestar”.
Apoyadas en las barras, el grupo de amigas, practican las posiciones básicas de brazos y pies, los espejos parecen devolver las imágenes de unas chiquillas con frente descubierta, tutús y zapatillas gastadas. Las abuelas que bailan de este lado, sonríen a las niñas de esa otra dimensión y tiempo, son promesas de vida, tejiendo historias juntas, unidas con el hilo de la amistad, la complicidad y la felicidad que produce bailar.
Entradas en confianza preguntamos -¿Qué tipo de bailes practicaban? –“De todo; folclórico, moderno, jazz, flamenco, hasta con mariachi”. Su hermana Cecilia dice “yo que era más tiesa que una tapia”, pero Beatriz no está de acuerdo y le endereza: “sí bailabas muy bien”.
En el estudio y biblioteca, está el piano de su padre, era tenedor de libros, el nombre que recibían las personas encargadas de llevar los estados financieros y contabilidad de una empresa. Cientos de fotografías cubren la pared, son imágenes de familiares, artistas, alumnos, gente muy apreciada y significativa “y unos que se colaron”, también una decena de fotos de los amados perros de Beatriz, como “Caruso”, un pastor alemán, del cual tiene dulce memoria.
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La casa de la maestra Juvera, guarda tesoros muy preciados, entre ellos, los múltiples reconocimientos que ha recibido por asociaciones civiles e instituciones públicas, como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Universidad de Sonora, Instituto Sonorense de Cultura, DIF Sonora, Casa de la Cultura, de la cual, es fundadora. Igualmente, las paredes de su hogar lucen pinturas, esculturas, muebles antiguos, carteles, recortes periodísticos, e incluso, lonas, que convierten a su hogar, en un hermoso museo.
Para Beatriz Juvera la danza es todo; expresión, lucha, disciplina, compromiso con la sociedad. Las nuevas generaciones tienen en ella, un referente y ejemplo de perseverancia.
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