La batalla de Puebla: ¿Una lección de resistencia y soberanía? Otro punto sobre la “i”
El 5 de mayo de 1862, cuando las fuerzas mexicanas se enfrentaron a un ejército francés en la batalla que hoy celebramos, no solo se trató de un enfrentamiento militar; fue un símbolo de la lucha por la soberanía en un momento oscuro para nuestra nación. Eso ya lo hemos escuchado mucho, pero para comprender adecuadamente la trascendencia de esta batalla, es esencial situar en el contexto internacional y nacional de la época, un contexto plagado de tensiones políticas y luchas por el poder.
En la Europa de mediados del siglo XIX, el continente estaba en un estado de frágil equilibrio. Napoleón III, deseoso de consolidar su poder y expandir el imperio francés, había puesto su mirada en América Latina. México, con su inestabilidad política y crisis económica, se convirtió en un blanco atractivo. En 1861, tras la suspensión de pagos de deuda por parte del gobierno de Benito Juárez, las potencias europeas, Francia, Gran Bretaña y España, decidieron intervenir. Sin embargo, el propósito de estas intervenciones variaba. Mientras que los británicos y españoles buscaban una resolución diplomática, el deseo expansionista de Napoleón III era claro: establecer una monarquía en México que debilitaría a Estados Unidos y ampliaría la influencia en el continente.
A través del Océano Atlántico, Estados Unidos lidiaba con una guerra civil desgarradora que, aunque absorbía gran parte de sus recursos, también moldeaba su política exterior. La administración de Abraham Lincoln se enfrentaba a la urgencia de afirmar la Doctrina Monroe, que advertía sobre la interferencia europea en el continente americano. A pesar de estar inmersa en su propio conflicto interno, la percepción de una posible expansión francesa en México generaba alarma en Washington. Para los estadounidenses, la victoria de Napoleón III en México representaba una amenaza directa a su soberanía, es decir una política violatoria de la doctrina Monroe de 1823 y desafío a su futura hegemonía. ¿Esto puede dar más sentido a porque para los estadounidenses es una fecha tan importante se celebre?
En México, la situación era igualmente complicada. La inestabilidad política y civil, inherente a una nación recién independizada, había dejado profundas cicatrices. El país se encontraba dividido entre liberales y conservadores, y la presidencia de Benito Juárez, marcada por la lucha contra la restauración del poder conservador, enfrentaba constantes desafíos. El gobierno liberal, que buscaba modernizar al país y establecer un régimen secular, era visto con desconfianza por sectores influyentes de la sociedad, incluidos el clero y la aristocracia, que anhelaban un regreso a un gobierno monárquico.
La intervención francesa se producía en un contexto devastador: deudas acumuladas, un ejército desmoralizado y una población que clamaba estabilidad. A pesar de estas adversidades, el 5 de mayo de 1862, el ejército mexicano, bajo el liderazgo del general Ignacio Zaragoza, logró una victoria sorpresiva contra las fuerzas francesas en la Batalla de Puebla. Este triunfo no solo fue estratégico, sino que se convirtió en un símbolo de resistencia nacional. La victoria, aunque efímera ante la eventual invasión de la Ciudad de México por las tropas francesas en 1863 y la instauración del Segundo Imperio Mexicano bajo Maximiliano de Habsburgo, demostraba, efectivamente, que el pueblo mexicano estaba dispuesto a luchar por su soberanía y sus derechos. ¿Pero solo los mexicanos o realmente eran los americanos de todo el continente? Sin embargo, los mexicanos, y americanos en general, en 1862 encontraron en su diversidad y en su resistencia un motivo de unidad.
En un mundo contemporáneo, donde los desafíos globales siguen presentes, desde la intervención política hasta las crisis económicas, es profundamente relevante cuestionarnos sobre cómo actuamos en defensa de nuestra soberanía. Recordar la Batalla de Puebla no es solo recordar una victoria, sino reconectar con la identidad que forjamos en las luchas, comprender que el orgullo nacional debe estar cimentado en el respeto por nuestra historia y nuestra capacidad de resistencia.
Recientemente, la historia nos ha mostrado que los fantasmas de la intervención y la injerencia aún rondan. Desde preocupaciones económicas hasta disputas territoriales, la necesidad de mantener nuestra independencia y soberanía es tan urgente como hace más de 150 años. En un panorama en donde el mundo parece dividirse nuevamente entre nacionalismos y globalismos, tal vez la victoria en Puebla sea un faro que nos recuerde el valor de una identidad unida en la adversidad y analicemos las verdaderas fronteras.
Así, alzo la voz en honor a aquellos que lucharon aquel 5 de mayo de 1862. Que su memoria nos inspire a mantenernos firmes ante los desafíos actuales y futuros. De igual manera dejo la reflexión sobre lo que significa la soberanía y sus reales alcances hoy y siempre. Nos toca a nosotros, como ciudadanos de una nación sólida y resistente, recordar su legado de unidad. En la historia, descubrimos no solo las cicatrices, sino también la fuerza que nos define como mexicanos. Que cada año, al llegar el 5 de mayo, no sólo celebremos una victoria, sino que también reflexionemos sobre el tipo de nación que queremos ser en el presente y en el futuro.
@serdan_mx