Retahíla para cinéfilos / Orgullo, prejuicio y la pantalla grande
Esta semana regresó a los cines Orgullo y prejuicio, la joya del cine de época que, aunque algunos insisten en reducirla a “una historia de amor bonita”, tiene mucho más que ofrecer. Para quienes amamos esta forma de narrar la vida, verla en pantalla grande es una experiencia que va más allá de la nostalgia y se convierte en una clase sobre los gestos sociales y los dilemas morales de otras épocas.
Claro está que ver Orgullo y prejuicio hoy no es lo mismo que leer la novela de Jane Austen (y eso está bien). Cada versión es un arte distinto. Leer la novela nos permite habitar el pensamiento irónico y lúcido de Elizabeth Bennet, mientras que la película (en cualquiera de sus versiones, aunque hoy hablemos de la de 2005 dirigida por Joe Wright) nos envuelve con sus paisajes, su música y su forma de contar a través de miradas, silencios y encuadres. La cámara también puede ser crítica, también puede sugerir que el mundo de los bailes y las herencias es frágil, injusto e incluso ridículo. Pero lo hace sin palabras, con el permiso de sacar nuestras propias conclusiones.
Austen escribió Orgullo y prejuicio en una Inglaterra bajo normas sociales rígidas, donde el matrimonio era una estrategia económica tanto como un acto afectivo. Y si hoy nos parece escandaloso que una madre quiera casar a sus hijas lo antes posible, o que alguien como Darcy no pueda simplemente decir lo que siente, es porque, como sociedad, hemos cambiado. Y qué mejor que el cine para ayudarnos a ver esos cambios (y celebrar los pequeños pasos de la humanidad).
Volver a esta historia en 2025 sí es un placer estético, pero también aprender que la historia no significa leer fechas o nombres de batallas, sino mirar con atención los gestos cotidianos en la otredad: la capacidad de encontrarse a través del reflejo de la mirada del otro; lo que se podía decir y lo que no; cómo se entendía la independencia femenina o cómo se percibía el orgullo, el prejuicio y todo lo que cabe en medio. En estos detalles también hay lecciones.
Así que, si puedes, ve a verla. Disfruta el vestuario, los diálogos afilados, la tensión contenida entre Elizabeth y Darcy. Y después, si te quedas con ganas, lee el libro. No para comparar cuál es mejor, sino para saborear lo que cada arte tiene para ofrecer. Porque a veces, para entender el presente, también hay que mirar hacia atrás con buen encuadre y banda sonora incluida.