/ miércoles 3 de febrero de 2021

El Juglar de la Red

Las redes sociales, de benditas a malditas

Unas horas después de que se anunciara la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador, el ya presidente electo emitió un mensaje a la nación y fue ahí cuando calificó a las redes sociales como “benditas”.

No es un secreto que a través de Facebook y Twitter se generó una corriente de opinión muy desfavorable para el gobierno en turno y el entonces presidente, Enrique Peña Nieto; lo cual a su vez se trasformó en un amplio respaldo para López Obrador.

Los escándalos de gobierno, los memes donde se ridiculizaba la figura presidencial, las acusaciones de corrupción y las posturas de López Obrador eran ampliamente difundidas en las principales redes sociales y eso contribuyó a que su campaña política no requiriera de los medios tradicionales.

Por ello el calificativo de “benditas”, pues fueron su principal plataforma de difusión representando el mejor “boca en boca” en la historia de la comunicación política en México.

La “luna de miel” entre el presidente y las redes sociales se prolongó hasta mitad del 2019, pero a partir de ahí, luego de conocer yerros, las afirmaciones no verdaderas de las mañaneras y el surgimiento de una oposición que paulatinamente se fue organizando y con ello fortaleciéndose, las críticas contra el presidente López Obrador, la 4T y sus funcionarios arreciaron y ni siquiera con granjas de bots y “troles” pudieron hacer contrapeso.

La versión oficial del manejo de la pandemia, las alegres perspectivas respecto a la situación económica y todas las falsedades que difunde el gobierno no solamente fueron desmentidas en redes sociales, también contribuyeron a ir generando una conciencia social opositora al gobierno del presidente López Obrador y se fue acrecentando al grado de acallar a sus defensores, reales o artificiales.

Ya para ese entonces las redes sociales no eran “benditas”, desde Palacio Nacional las empezaron a ver con desconfianza porque se convirtieron en un termómetro para ir midiendo el ánimo social que ya era completamente desfavorable para la 4T.

En eso llegó la elección de presidente en Estados Unidos y de pronto, luego del asalto al Capitolio en Washington por grupos azuzados por Donald Trump, sucedió un hecho impensable: las redes sociales “silenciaron” las cuentas del propio Presidente de Estados Unidos; utilizaron como justificación que había violentado las políticas de las empresas que proveen el servicio de Twitter y Facebook, al tiempo que aseguraron que no iban a permitir que a través de sus plataformas se difundieran mentiras y menos se arengara al odio y la división del país.

Esa fue una de las llamadas de alerta para el gobierno de México. De pronto entendieron que las redes sociales, como empresas privadas que son, tienen sus reglas y lineamientos los cuales pueden obligar a respetar de cualquier manera, incluso silenciando a los usuarios.

Por ello, desde el púlpito de las conferencias mañaneras, el presidente López Obrador empezó a fustigar a los directivos de algunas de esas empresas, pero centró su atención en Twitter –la red social donde más opositores a su gobierno se aglutinan—sobre la cual dijo estaba influenciada por el PAN dado que su director actual fue asesor de políticos que militan en ese partido.

Esa red social respondió cancelando varias cuentas, entre ellas una del director de Comunicación Social de la Presidencia de la República –la cual utiliza bajo un nombre falso, es un “Trol”—y otras más abiertamente favorables al gobierno federal.

La contraofensiva gubernamental se centró en plantear lo que ellos llaman “regular las redes sociales”, pero que debe entenderse como un acto de censura.

En medio de la peor crisis de salud, con un proceso electoral que no es tan alentador para el gobierno federal, cuando no hay vacunas para el Covid-19, con indicadores económicos tan mediocres que no se veían desde hace cien años y que reflejan el deterioro económico del país, de pronto los esfuerzos y la prioridad gubernamental se centró en “regular” las redes sociales.

Con la fuerza legislativa de la cual goza Morena no es descabellado pensar que esas “regulaciones” puedan convertirse en una realidad; eso no solamente es una ofensa para la democracia, es también un atentado directo a la libertad de expresión de los ciudadanos, toda vez que en esas plataformas digitales se generan una opinión pública de gran importancia, tanta que López Obrador es presidente de la República gracias a ellas.

La censura no es buena, en una democracia la libertad de expresión debe respetarse a plenitud y no se puede avalar la censura de las empresas proveedoras de las plataformas digitales, pero tampoco es válida la propuesta gubernamental.

En el caso del gobierno federal debe tolerar –como lo hicieron sus antecesores—el nivel de la crítica, por más dura, risible o acerva que sea y garantizar que los ciudadanos puedan tener plena libertad de expresar su opinión a través de esas plataformas. No es válido satanizar lo que antes fue santificado, solamente porque ahora ya no favorece.

Las redes sociales, de benditas a malditas

Unas horas después de que se anunciara la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador, el ya presidente electo emitió un mensaje a la nación y fue ahí cuando calificó a las redes sociales como “benditas”.

No es un secreto que a través de Facebook y Twitter se generó una corriente de opinión muy desfavorable para el gobierno en turno y el entonces presidente, Enrique Peña Nieto; lo cual a su vez se trasformó en un amplio respaldo para López Obrador.

Los escándalos de gobierno, los memes donde se ridiculizaba la figura presidencial, las acusaciones de corrupción y las posturas de López Obrador eran ampliamente difundidas en las principales redes sociales y eso contribuyó a que su campaña política no requiriera de los medios tradicionales.

Por ello el calificativo de “benditas”, pues fueron su principal plataforma de difusión representando el mejor “boca en boca” en la historia de la comunicación política en México.

La “luna de miel” entre el presidente y las redes sociales se prolongó hasta mitad del 2019, pero a partir de ahí, luego de conocer yerros, las afirmaciones no verdaderas de las mañaneras y el surgimiento de una oposición que paulatinamente se fue organizando y con ello fortaleciéndose, las críticas contra el presidente López Obrador, la 4T y sus funcionarios arreciaron y ni siquiera con granjas de bots y “troles” pudieron hacer contrapeso.

La versión oficial del manejo de la pandemia, las alegres perspectivas respecto a la situación económica y todas las falsedades que difunde el gobierno no solamente fueron desmentidas en redes sociales, también contribuyeron a ir generando una conciencia social opositora al gobierno del presidente López Obrador y se fue acrecentando al grado de acallar a sus defensores, reales o artificiales.

Ya para ese entonces las redes sociales no eran “benditas”, desde Palacio Nacional las empezaron a ver con desconfianza porque se convirtieron en un termómetro para ir midiendo el ánimo social que ya era completamente desfavorable para la 4T.

En eso llegó la elección de presidente en Estados Unidos y de pronto, luego del asalto al Capitolio en Washington por grupos azuzados por Donald Trump, sucedió un hecho impensable: las redes sociales “silenciaron” las cuentas del propio Presidente de Estados Unidos; utilizaron como justificación que había violentado las políticas de las empresas que proveen el servicio de Twitter y Facebook, al tiempo que aseguraron que no iban a permitir que a través de sus plataformas se difundieran mentiras y menos se arengara al odio y la división del país.

Esa fue una de las llamadas de alerta para el gobierno de México. De pronto entendieron que las redes sociales, como empresas privadas que son, tienen sus reglas y lineamientos los cuales pueden obligar a respetar de cualquier manera, incluso silenciando a los usuarios.

Por ello, desde el púlpito de las conferencias mañaneras, el presidente López Obrador empezó a fustigar a los directivos de algunas de esas empresas, pero centró su atención en Twitter –la red social donde más opositores a su gobierno se aglutinan—sobre la cual dijo estaba influenciada por el PAN dado que su director actual fue asesor de políticos que militan en ese partido.

Esa red social respondió cancelando varias cuentas, entre ellas una del director de Comunicación Social de la Presidencia de la República –la cual utiliza bajo un nombre falso, es un “Trol”—y otras más abiertamente favorables al gobierno federal.

La contraofensiva gubernamental se centró en plantear lo que ellos llaman “regular las redes sociales”, pero que debe entenderse como un acto de censura.

En medio de la peor crisis de salud, con un proceso electoral que no es tan alentador para el gobierno federal, cuando no hay vacunas para el Covid-19, con indicadores económicos tan mediocres que no se veían desde hace cien años y que reflejan el deterioro económico del país, de pronto los esfuerzos y la prioridad gubernamental se centró en “regular” las redes sociales.

Con la fuerza legislativa de la cual goza Morena no es descabellado pensar que esas “regulaciones” puedan convertirse en una realidad; eso no solamente es una ofensa para la democracia, es también un atentado directo a la libertad de expresión de los ciudadanos, toda vez que en esas plataformas digitales se generan una opinión pública de gran importancia, tanta que López Obrador es presidente de la República gracias a ellas.

La censura no es buena, en una democracia la libertad de expresión debe respetarse a plenitud y no se puede avalar la censura de las empresas proveedoras de las plataformas digitales, pero tampoco es válida la propuesta gubernamental.

En el caso del gobierno federal debe tolerar –como lo hicieron sus antecesores—el nivel de la crítica, por más dura, risible o acerva que sea y garantizar que los ciudadanos puedan tener plena libertad de expresar su opinión a través de esas plataformas. No es válido satanizar lo que antes fue santificado, solamente porque ahora ya no favorece.

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