/ martes 21 de enero de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“No desistir, sí persistir”

Pienso que con mucha justicia podemos preguntarnos muchas veces sobre el “que hemos venido haciendo mal” como sociedad para que varias cosas estén como las percibimos y padecemos actualmente; ¿qué hemos dejado pasar?, ¿a qué nos estamos acostumbrando?, ¿qué motivos hay para rechazar tanto al “diferente”? Y tantas otras cuestiones más que seguramente surgen en quien va leyendo estas líneas al pensar sobre tantas formas de violencias instaladas, ante tantas ausencias de justicia y reparación de daños sobre víctimas, ante las omisiones de cuidados de quienes requieren nuestra atención y la indiferencia de empeñarse en prevenir para fortalecer factores de protección y restar los factores de riesgo, sobre todo en los sectores poblacionales en mayor desventaja y rezago ante las oportunidades.

¿Por qué, si el ser humano tiene altísimas potencialidades para expresar, entretejer y manifestar tanta belleza, se suele empeñar tantas veces por separar, por violentar, por devorar?

Ciertamente no es generalizar, pero nos desalienta -o debería- el que existan situaciones… no por ser muchas, ya una sola debería ser motivo de preocupación y ocupación por cambiar las cosas. Lo más terrible es que nos acostumbremos o seamos desinteresados si no sentimos cerca la afectación.

Nos quejamos muchas veces de quienes reclaman o denuncian, de los que se unen para externar vivamente sus demandas de justicia, de hastío, de tantas cosas… quizá nos molesta que “griten” pero no nos preguntamos o pensamos que si gritan es porque ya hablaron mucho, y no se les escuchó.

A veces también la indiferencia puede originarse de no sentirse identificados con los asuntos en cuestión, ya no por las formas. Pero si bien no podemos en una sociedad compartir los mismos pensamientos y disfrutar de los mismos gustos, si podemos respetar y dar igual autoridad a una diversidad que quiere ser atendida. Pero sobre todo podemos ser más cálidos en el sentido que quizá la percepción de esos otros sea más viva porque les afecta directamente. Y cuando para uno no duele, a veces hace que nos volvamos fríos y autoreferentes. Eso, algunos le han llamado ser etnocéntricos; esa apropiación de mirar y juzgar la realidad desde el ángulo en que se está colocado y pensando que es el único ángulo valedero para decir como es la realidad observada y padecida desde esa condición.

Ya hacerse las preguntas es un gran paso, ojalá nos sigamos preguntando, asombrando, dejándonos afectar por lo que está sucediendo en nuestros contextos, no sólo cuando sentimos que nos toca directamente nuestros intereses o nos toca a los nuestros o a nosotros mismos. No, que la pregunta sea una reacción que impulse la reflexión y sus debidas repercusiones.

Pero tras las interrogantes es importante también que como sociedad podamos seguir apostando por educarnos a vivir y convivir en la diversidad, y que la afectación padecida por el otro sea también compartida por nosotros, que tengamos la sencillez y reconozcamos que todos estamos en ese mismo camino de búsqueda de la verdad, de la justicia, de la libertad. Que en este mundo pueden caber muchos mundos y que el cuidado de este depende de todos. Y que las luchas de unos no son meros caprichos, sino que tienen sus causas en las que nosotros -quizá sin ser conscientes- hemos sido propiciadores y/o cómplices.

Hay grandes temas de unidad, que pueden ser compartidos por todos, aún en medio de esa gran pluralidad de seres que somos. Pero para poderla entender y acercarnos a ella se requieren habilidades de escucha, de diálogo, de respeto, de humildad para reconocer los propios límites y capacidad de reconocer que se aprende mucho de los otros que son diversos de nosotros.