/ lunes 9 de agosto de 2021

“Biblioteca de la periferia”

“Apología de la sobriedad”


Si no nos forjamos nuestra propia posición frente al mundo, para encontrar el sentido de vida y nuestro compromiso en vida, se nos impondrá, como generalmente sucede. Y en este caso se nos inculca globalmente el sentido de vida de consumir. Sí, consumir, nos forman para consumir, nos hacen pensar que nuestra vida tiene sentido y es más válida si vamos progresando en nuestra capacidad de adquisiciones. No nos forman para aprender a vivir viajando ligeros. ¡Qué feliz y dichoso aquél que aprende a vivir con lo suficiente!

Las diversas visiones preponderantes sobre conceptos como “desarrollo” o “progreso”, se comprenden desde la capacidad de ir escalando en nuestra capacidad de consumir, cada vez más y vez a vez más costosamente. La preocupación se vuelca entonces sobre la habilidad de trabajar para poder poseer aquello que se propone como dadora de sentido, como la felicidad. Es la felicidad entendida como el que posee de más, que puede acumular.

Nos hemos inventado pues, una sociedad consumista. Mucho de lo cual es superfluo, y nuestra vida la agotamos y gastamos nuestra vida para poder adquirir aquello que se nos presenta como lo indicado para sentirnos alguien. No es que sea un desdén de las diversas ventajas que ha traído a la humanidad los diversos procesos técnicos y tecnológicos, lo que se convierte en problema es el exacerbamiento del consumo y despilfarro con gastos inútiles. Tampoco es que se desee la pobreza, pues no es un valor en sí mismo, sino que deberíamos más bien tener una buena apología de la sobriedad.

Y la seducción de la comodidad y el acumulamiento es muy grande. Es una realidad el que se suele uno acostumbrar muy rápido a “lo bueno”, el migrar de una vida de “dolor” por el esfuerzo para ganarse la vida del día a día, a una vida de opulencia y acumulación para tener mucho más de lo necesario para vivir toda la vida, suele ser una ruta de fácil asimilación.

Pero cuánto bien hace también el reconocer y en cierta forma también vivir o revivir esos pasos de migración inversa, a saber; pasar de esa riqueza de acumulación al mundo sobrio de tener lo suficiente para vivir. Es una puesta en conciencia de cuántas cosas realmente están de más, y cuánto impide poder ver otras tantas riquezas auténticas que existe en nuestro mundo.

Por eso, una mirada no sólo a la periferia de la sociedad, sino desde la misma periferia, deja una impronta mucho más significativa e incluso necesaria, para poder derrumbar en nuestra mente aquellas cosas ilusorias que nos han impuesto en una sociedad que alaba mucho el consumo, pero permite su acceso a sólo unos cuantos.

Un proceso de real liberación viene cuando somos capaces de desprendernos de muchas esclavitudes de vida que nos instalamos, cuando caemos en esa inercia de añorar y aspirar a despilfarros y consumos exacerbados que nos provocan tensión permanente por mantener ese ritmo frenético e interminable de buscar más. Esto desde lo individual hasta el nivel social más amplio.

“Apología de la sobriedad”


Si no nos forjamos nuestra propia posición frente al mundo, para encontrar el sentido de vida y nuestro compromiso en vida, se nos impondrá, como generalmente sucede. Y en este caso se nos inculca globalmente el sentido de vida de consumir. Sí, consumir, nos forman para consumir, nos hacen pensar que nuestra vida tiene sentido y es más válida si vamos progresando en nuestra capacidad de adquisiciones. No nos forman para aprender a vivir viajando ligeros. ¡Qué feliz y dichoso aquél que aprende a vivir con lo suficiente!

Las diversas visiones preponderantes sobre conceptos como “desarrollo” o “progreso”, se comprenden desde la capacidad de ir escalando en nuestra capacidad de consumir, cada vez más y vez a vez más costosamente. La preocupación se vuelca entonces sobre la habilidad de trabajar para poder poseer aquello que se propone como dadora de sentido, como la felicidad. Es la felicidad entendida como el que posee de más, que puede acumular.

Nos hemos inventado pues, una sociedad consumista. Mucho de lo cual es superfluo, y nuestra vida la agotamos y gastamos nuestra vida para poder adquirir aquello que se nos presenta como lo indicado para sentirnos alguien. No es que sea un desdén de las diversas ventajas que ha traído a la humanidad los diversos procesos técnicos y tecnológicos, lo que se convierte en problema es el exacerbamiento del consumo y despilfarro con gastos inútiles. Tampoco es que se desee la pobreza, pues no es un valor en sí mismo, sino que deberíamos más bien tener una buena apología de la sobriedad.

Y la seducción de la comodidad y el acumulamiento es muy grande. Es una realidad el que se suele uno acostumbrar muy rápido a “lo bueno”, el migrar de una vida de “dolor” por el esfuerzo para ganarse la vida del día a día, a una vida de opulencia y acumulación para tener mucho más de lo necesario para vivir toda la vida, suele ser una ruta de fácil asimilación.

Pero cuánto bien hace también el reconocer y en cierta forma también vivir o revivir esos pasos de migración inversa, a saber; pasar de esa riqueza de acumulación al mundo sobrio de tener lo suficiente para vivir. Es una puesta en conciencia de cuántas cosas realmente están de más, y cuánto impide poder ver otras tantas riquezas auténticas que existe en nuestro mundo.

Por eso, una mirada no sólo a la periferia de la sociedad, sino desde la misma periferia, deja una impronta mucho más significativa e incluso necesaria, para poder derrumbar en nuestra mente aquellas cosas ilusorias que nos han impuesto en una sociedad que alaba mucho el consumo, pero permite su acceso a sólo unos cuantos.

Un proceso de real liberación viene cuando somos capaces de desprendernos de muchas esclavitudes de vida que nos instalamos, cuando caemos en esa inercia de añorar y aspirar a despilfarros y consumos exacerbados que nos provocan tensión permanente por mantener ese ritmo frenético e interminable de buscar más. Esto desde lo individual hasta el nivel social más amplio.