/ martes 1 de junio de 2021

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“la naturaleza periférica”

Recuerdo que desde adolescente escuchaba la siguiente frase: “Dios siempre perdona, el hombre a veces perdona, pero la naturaleza nunca perdona”. Una sentencia que nos invitaba a cuidar nuestro propio cuerpo y nuestro hábitat, porque tarde o temprano nos pasará factura de lo que hicimos o dejamos de hacer.

Personalmente considero que, si bien la sentencia en sí misma podría traer el debate y discusiones en cada uno de sus componentes, en esta ocasión quisiera tan sólo acentuar la parte última, aquella relacionada con el componente de la naturaleza. Podría decir incluso que por mucho tiempo la naturaleza nos ha perdonado, ha sido demasiado generosa con la especie humana tan mórbida y voraz. El sistema que nos rige y la atmósfera cultura predominante está más preocupada por el consumo exacerbado y la promoción constante de la aspiración de acaparar y acumular, que no deja espacio para otras virtudes que han quedado como “caducas” o “inútiles”: la contemplación, la espera paciente, el sentido de trascendencia.

Al contrario de estos últimos aspectos, hoy se busca la inmediatez, la compensación súbita, el intervenir pensando solamente en el momento presente y la satisfacción actual. Desde que las sociedades se agruparon y preponderaron las ciudades, el campo y sus formas de vida fueron desplazadas y vistas como ausentes de progreso. El afán de acaparar hace que se exploten tierras, se consuman bosques, se conformen poblaciones sometidas al monocultivo y tantas otras cosas que alteran un ecosistema sin respetar a las generaciones siguientes y a la propia Tierra.

Por otra parte, alegra y conforta reconocer que se ha venido proliferando grupos de hombres y mujeres que buscan equilibrar, reconocer e incluso agradecer a la naturaleza y sus dones muchas veces olvidados o ignorados. Nuevas espiritualidades y sensibilidades emergen en medio de sociedades consumidoras exacerbadas, tratando de nuevo a la Tierra como “un otro” que merece nuestro respeto y cuidado, así como reconocimiento y gratitud. Lustros recientes eran considerados como “primitivos” y hoy son hasta imitados y procurados para que nos ayuden y recuerden que venimos de esa naturaleza, somos parte de ella y en ella nos desarrollamos y trascendemos.

Pensar que somos parte de un ecosistema, que formamos parte de una “casa común”, que somos inquilinos de una “aldea global” y otras tantas expresiones que resuenan en diversos foros, nos estimulan a no dejar en la periferia lo que es centro: la naturaleza misma que nos genera y permite vivir.


Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“la naturaleza periférica”

Recuerdo que desde adolescente escuchaba la siguiente frase: “Dios siempre perdona, el hombre a veces perdona, pero la naturaleza nunca perdona”. Una sentencia que nos invitaba a cuidar nuestro propio cuerpo y nuestro hábitat, porque tarde o temprano nos pasará factura de lo que hicimos o dejamos de hacer.

Personalmente considero que, si bien la sentencia en sí misma podría traer el debate y discusiones en cada uno de sus componentes, en esta ocasión quisiera tan sólo acentuar la parte última, aquella relacionada con el componente de la naturaleza. Podría decir incluso que por mucho tiempo la naturaleza nos ha perdonado, ha sido demasiado generosa con la especie humana tan mórbida y voraz. El sistema que nos rige y la atmósfera cultura predominante está más preocupada por el consumo exacerbado y la promoción constante de la aspiración de acaparar y acumular, que no deja espacio para otras virtudes que han quedado como “caducas” o “inútiles”: la contemplación, la espera paciente, el sentido de trascendencia.

Al contrario de estos últimos aspectos, hoy se busca la inmediatez, la compensación súbita, el intervenir pensando solamente en el momento presente y la satisfacción actual. Desde que las sociedades se agruparon y preponderaron las ciudades, el campo y sus formas de vida fueron desplazadas y vistas como ausentes de progreso. El afán de acaparar hace que se exploten tierras, se consuman bosques, se conformen poblaciones sometidas al monocultivo y tantas otras cosas que alteran un ecosistema sin respetar a las generaciones siguientes y a la propia Tierra.

Por otra parte, alegra y conforta reconocer que se ha venido proliferando grupos de hombres y mujeres que buscan equilibrar, reconocer e incluso agradecer a la naturaleza y sus dones muchas veces olvidados o ignorados. Nuevas espiritualidades y sensibilidades emergen en medio de sociedades consumidoras exacerbadas, tratando de nuevo a la Tierra como “un otro” que merece nuestro respeto y cuidado, así como reconocimiento y gratitud. Lustros recientes eran considerados como “primitivos” y hoy son hasta imitados y procurados para que nos ayuden y recuerden que venimos de esa naturaleza, somos parte de ella y en ella nos desarrollamos y trascendemos.

Pensar que somos parte de un ecosistema, que formamos parte de una “casa común”, que somos inquilinos de una “aldea global” y otras tantas expresiones que resuenan en diversos foros, nos estimulan a no dejar en la periferia lo que es centro: la naturaleza misma que nos genera y permite vivir.