/ martes 25 de mayo de 2021

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Discusión y periferia”

A muchos de nosotros nos educaron a no discutir, considerándose como una falta de respeto cuestionar las indicaciones o posicionamientos de otros, sobre todo si esos otros refieren una autoridad. Esta forma de concebir la discusión como una forma irrespetuosa de actuar en la interacción ha llevado a radicalizar posiciones, llegando muchas de las veces a ciertas sumisiones por mera razón de autoridad más que de argumentaciones. Es decir, que la obediencia sin cuestión es lo que corresponde.

Pero vemos que, en todo proceso, sea individual como colectivo, no es del todo posible vivir sin cuestionar, sin anteponer el propio pensamiento. Aunque muchas veces no sea directo sino indirectamente mi posición contraria. Es decir, hace que muchas veces sea sutil la discusión (sin discusión) porque aparentemente acepto y callo, pero en mis actos o “a escondidas” reacciono diverso a lo que había quedado supuestamente acordado.

Hoy en día, el arte de la discusión quiere ser reivindicada, y retirar juicios peyorativos a la acción de discutir. Discutir es un valor, es incluso un arte. Implica la capacidad de escuchar y darse a escuchar, de ejercer la libertad del propio juicio. Por tradición, hemos aprendido que existen ciertos roles de autoridad y que pocas veces pueden ser puestos a debate las expresiones emitidas por ellos, pero no es un cargo o rol, o linaje ni raza o religión lo que hace que una persona sea absolutamente incuestionable. Lo que sigue siendo válido, como valor universal, es la capacidad razonable de discutir.

Discutir la idea, discutir el postulado, discutir la ideología… discutir sobre lo dicho, más que sobre quién lo dice. Cuando se confunde lo que se dice con el quién lo dice, hace que se caiga en injusticias. Muchas veces escuchamos con asombro y admiración cierta expresión, pero cuando sabemos quién la dice reducimos su apreciación y hasta cambiamos de idea. Lo mismo a la inversa. Existen momentos en que escuchamos ideas y expresiones que son bastante simples o incluso lejanas al propio pensamiento o imaginario, pero como lo ha dicho fulano o fulana, entonces reviste un valor mucho mayor y de aceptación ciega. Pero si hasta se vale que podamos despreciar ideas, pensamientos y expresiones, detestarlas incluso, pero no a la persona que lo dice. Y a la inversa, podemos admirar y amar ciertas expresiones e ideas, aunque quien lo diga sea para nosotros alguien que no estamos obligados a seguir.

En tiempos electorales se busca mucho que se enganche a las personas por la imagen, y se exalta tanto la imagen de la persona que se descuida en lo que dice y mucho menos se puede entrar en discusión. Son tiempos electorales y son tiempos de discursos, y ante tantos cambios y ofertas tan variadas de partidos políticos se diluye la supuesta identidad de ideas y visiones sociales de uno u otro grupo. Pareciera que ya no vale el discurso sino la imagen y la descalificación. Por lo general los tiempos electorales y los momentos que se dan para escuchar propuestas no son los mejores momentos ni ejemplos para comprender lo que es discutir, ahí se suelen confundir la idea con su expositor.

No dejemos que se nos anule la capacidad de discutir, aunque a veces no sea frontal mi discusión con quien lo ha postulado, pero que el pensamiento crítico no deje de ser estimulado para que podamos ser conscientes y responsables de nuestra postura y decisión.


Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Discusión y periferia”

A muchos de nosotros nos educaron a no discutir, considerándose como una falta de respeto cuestionar las indicaciones o posicionamientos de otros, sobre todo si esos otros refieren una autoridad. Esta forma de concebir la discusión como una forma irrespetuosa de actuar en la interacción ha llevado a radicalizar posiciones, llegando muchas de las veces a ciertas sumisiones por mera razón de autoridad más que de argumentaciones. Es decir, que la obediencia sin cuestión es lo que corresponde.

Pero vemos que, en todo proceso, sea individual como colectivo, no es del todo posible vivir sin cuestionar, sin anteponer el propio pensamiento. Aunque muchas veces no sea directo sino indirectamente mi posición contraria. Es decir, hace que muchas veces sea sutil la discusión (sin discusión) porque aparentemente acepto y callo, pero en mis actos o “a escondidas” reacciono diverso a lo que había quedado supuestamente acordado.

Hoy en día, el arte de la discusión quiere ser reivindicada, y retirar juicios peyorativos a la acción de discutir. Discutir es un valor, es incluso un arte. Implica la capacidad de escuchar y darse a escuchar, de ejercer la libertad del propio juicio. Por tradición, hemos aprendido que existen ciertos roles de autoridad y que pocas veces pueden ser puestos a debate las expresiones emitidas por ellos, pero no es un cargo o rol, o linaje ni raza o religión lo que hace que una persona sea absolutamente incuestionable. Lo que sigue siendo válido, como valor universal, es la capacidad razonable de discutir.

Discutir la idea, discutir el postulado, discutir la ideología… discutir sobre lo dicho, más que sobre quién lo dice. Cuando se confunde lo que se dice con el quién lo dice, hace que se caiga en injusticias. Muchas veces escuchamos con asombro y admiración cierta expresión, pero cuando sabemos quién la dice reducimos su apreciación y hasta cambiamos de idea. Lo mismo a la inversa. Existen momentos en que escuchamos ideas y expresiones que son bastante simples o incluso lejanas al propio pensamiento o imaginario, pero como lo ha dicho fulano o fulana, entonces reviste un valor mucho mayor y de aceptación ciega. Pero si hasta se vale que podamos despreciar ideas, pensamientos y expresiones, detestarlas incluso, pero no a la persona que lo dice. Y a la inversa, podemos admirar y amar ciertas expresiones e ideas, aunque quien lo diga sea para nosotros alguien que no estamos obligados a seguir.

En tiempos electorales se busca mucho que se enganche a las personas por la imagen, y se exalta tanto la imagen de la persona que se descuida en lo que dice y mucho menos se puede entrar en discusión. Son tiempos electorales y son tiempos de discursos, y ante tantos cambios y ofertas tan variadas de partidos políticos se diluye la supuesta identidad de ideas y visiones sociales de uno u otro grupo. Pareciera que ya no vale el discurso sino la imagen y la descalificación. Por lo general los tiempos electorales y los momentos que se dan para escuchar propuestas no son los mejores momentos ni ejemplos para comprender lo que es discutir, ahí se suelen confundir la idea con su expositor.

No dejemos que se nos anule la capacidad de discutir, aunque a veces no sea frontal mi discusión con quien lo ha postulado, pero que el pensamiento crítico no deje de ser estimulado para que podamos ser conscientes y responsables de nuestra postura y decisión.