/ miércoles 10 de julio de 2019

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El imperativo para ser desobedientes”

Las generaciones de jóvenes fronterizos mexicanos en la actualidad nacieron en un contexto fronterizo amurallado. Esa es la realidad que conocen porque es lo que les toca ver y percibir. Pero no siempre fue así, no sólo porque antes las divisiones territoriales entre naciones no contaban con semejantes cercos y bardas, sino porque la palabra frontera tampoco siempre ha sido entendida así. Y cuando digo que nos quieren arrebatar la frontera, me refiero principalmente a que nos quieren arrebatar el sentido original de la palabra frontera.

Los tiempos actuales nos han llevado a tergiversar algunos términos, y el sentido original de ciertas palabras pierden su riqueza para dar paso a otros significados que rompen con su sentido original. Ese es el caso de la palabra “frontera”.

La geopolítica ha provocado una mutación en la comprensión de “Frontera”, pues ha pasado de ser una oportunidad de encuentro, de cruce hacia el otro o hacia lo otro, para convertirse ahora en barrera, en división, en desencuentro. Por esa razón, no debemos dejarnos arrebatar el sentido auténtico de frontera. Nos quieren quitar el sentido de encuentro y de apertura al otro por el de muralla y separación.

El imaginario contemporáneo que nos quieren imponer quienes ostentar el poder, sobre todo en las naciones más poderosas económicamente, es que: lo otro, lo diferente, lo extranjero, es sinónimo de amenaza, peligro, invasión. Y por lo tanto se justifican en cercar las fronteras para que sean más bien resguardos de seguridad y negación del encuentro, del cruce. El otro deja de ser mi prójimo para convertirse en el enemigo a mantener lejos.

Nada más lejano de las enseñanzas y testimonios que nos ofrece el Jesús de los evangelios; donde nos incita a la proximidad, a ir hacia el encuentro del otro. No sólo por ser diferente de mí sino sobre todo porque requiere de mí, porque su vida me implica la mía y mi vida repercute en la suya. Así pues, tenemos una frontera política, que es aquella que demarca división entre dos sociedades, y tenemos una sociedad simbólica, que es esa línea de encuentro entre dos sociedades.

Y es que encontrarnos con quien sufre nos hace responsables de su bienestar. Esa es la actitud evangélica que estamos llamados a practicar y proclamar. Aunque esa forma de actuar pueda causar escándalo o alarma entre quienes buscan imponer un discurso de separación e indiferencia o exclusión de los otros. Nada más opuesto al evangelio que cercar, cercar o bloquear mi encuentro con aquél que está en situación de necesidad. Y una manera muy concreta de ver esa necesidad en nuestro mundo contemporáneo está entre los desplazados, los que migran, los que buscan refugio tras situaciones de dolor que los lleva a dichos desplazamientos.

Estamos llamados a tener sentimientos de frontera, pensamientos de frontera, actuaciones de frontera, ¿qué significan éstos? Pues que debemos tener sentimientos hacia el otro, hacia el diferente, hacia aquél que está ahí próximo y yo puedo ir a su encuentro. Tener pensamientos de frontera significa pensar sabiendo que hay otros que piensan diverso, que no todos tenemos una manera de pensar homóloga, uniformada. Pensamiento de frontera significa tener el valor y coraje de pensar diferente, de atreverse, de ser innovador. Actuaciones de frontera es lo opuesto a encerrarse en sí mismo, actuar de frontera es atreverse a ir hacia el otro que requiere de mí, es ir hacia ese que está ahí y que necesita de mí. Actuaciones de frontera es la capacidad misma de implicarse con los otros, aunque sean diferentes o precisamente por ser diferentes. Más en especial si ese otro padece de alguna situación que implique mi demanda y atención.

Si recientemente se ha incrementado esos discursos que buscan separar, que tratan de colocar barreras entre los pueblos, entre los diversos grupos humanos, nosotros deberíamos saber resistir. Incluso, me atrevería a decir; seamos desobedientes.

La tolerancia no es una virtud meramente cristiana, lo es más la implicación, como una virtud cristiana respecto a los demás. Pero muchas veces no basta la implicación, es necesario además de la desobediencia, la intolerancia, esto sobre todo si lo que se está imponiendo es la exclusión y discriminación, el rechazo o la estigmatización de los otros por si condición de origen, de raza, de economía entre otras. Pues estamos llamados para tener cuidado del que esté en un contexto más débil, de promover a la persona y defender sus derechos.

Y, sea el lugar en el que nos toque habitar hoy en día, hemos de tener el coraje y valor de testimoniar nuestro compromiso de ciudadanos incluyentes, muchos de nosotros también impulsados por un credo cristiano y salesiano de desobedecer desde nuestra fe a políticas e ideologías que nos traten de imponer separación y comprensiones de los otros como enemigos de nosotros.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El imperativo para ser desobedientes”

Las generaciones de jóvenes fronterizos mexicanos en la actualidad nacieron en un contexto fronterizo amurallado. Esa es la realidad que conocen porque es lo que les toca ver y percibir. Pero no siempre fue así, no sólo porque antes las divisiones territoriales entre naciones no contaban con semejantes cercos y bardas, sino porque la palabra frontera tampoco siempre ha sido entendida así. Y cuando digo que nos quieren arrebatar la frontera, me refiero principalmente a que nos quieren arrebatar el sentido original de la palabra frontera.

Los tiempos actuales nos han llevado a tergiversar algunos términos, y el sentido original de ciertas palabras pierden su riqueza para dar paso a otros significados que rompen con su sentido original. Ese es el caso de la palabra “frontera”.

La geopolítica ha provocado una mutación en la comprensión de “Frontera”, pues ha pasado de ser una oportunidad de encuentro, de cruce hacia el otro o hacia lo otro, para convertirse ahora en barrera, en división, en desencuentro. Por esa razón, no debemos dejarnos arrebatar el sentido auténtico de frontera. Nos quieren quitar el sentido de encuentro y de apertura al otro por el de muralla y separación.

El imaginario contemporáneo que nos quieren imponer quienes ostentar el poder, sobre todo en las naciones más poderosas económicamente, es que: lo otro, lo diferente, lo extranjero, es sinónimo de amenaza, peligro, invasión. Y por lo tanto se justifican en cercar las fronteras para que sean más bien resguardos de seguridad y negación del encuentro, del cruce. El otro deja de ser mi prójimo para convertirse en el enemigo a mantener lejos.

Nada más lejano de las enseñanzas y testimonios que nos ofrece el Jesús de los evangelios; donde nos incita a la proximidad, a ir hacia el encuentro del otro. No sólo por ser diferente de mí sino sobre todo porque requiere de mí, porque su vida me implica la mía y mi vida repercute en la suya. Así pues, tenemos una frontera política, que es aquella que demarca división entre dos sociedades, y tenemos una sociedad simbólica, que es esa línea de encuentro entre dos sociedades.

Y es que encontrarnos con quien sufre nos hace responsables de su bienestar. Esa es la actitud evangélica que estamos llamados a practicar y proclamar. Aunque esa forma de actuar pueda causar escándalo o alarma entre quienes buscan imponer un discurso de separación e indiferencia o exclusión de los otros. Nada más opuesto al evangelio que cercar, cercar o bloquear mi encuentro con aquél que está en situación de necesidad. Y una manera muy concreta de ver esa necesidad en nuestro mundo contemporáneo está entre los desplazados, los que migran, los que buscan refugio tras situaciones de dolor que los lleva a dichos desplazamientos.

Estamos llamados a tener sentimientos de frontera, pensamientos de frontera, actuaciones de frontera, ¿qué significan éstos? Pues que debemos tener sentimientos hacia el otro, hacia el diferente, hacia aquél que está ahí próximo y yo puedo ir a su encuentro. Tener pensamientos de frontera significa pensar sabiendo que hay otros que piensan diverso, que no todos tenemos una manera de pensar homóloga, uniformada. Pensamiento de frontera significa tener el valor y coraje de pensar diferente, de atreverse, de ser innovador. Actuaciones de frontera es lo opuesto a encerrarse en sí mismo, actuar de frontera es atreverse a ir hacia el otro que requiere de mí, es ir hacia ese que está ahí y que necesita de mí. Actuaciones de frontera es la capacidad misma de implicarse con los otros, aunque sean diferentes o precisamente por ser diferentes. Más en especial si ese otro padece de alguna situación que implique mi demanda y atención.

Si recientemente se ha incrementado esos discursos que buscan separar, que tratan de colocar barreras entre los pueblos, entre los diversos grupos humanos, nosotros deberíamos saber resistir. Incluso, me atrevería a decir; seamos desobedientes.

La tolerancia no es una virtud meramente cristiana, lo es más la implicación, como una virtud cristiana respecto a los demás. Pero muchas veces no basta la implicación, es necesario además de la desobediencia, la intolerancia, esto sobre todo si lo que se está imponiendo es la exclusión y discriminación, el rechazo o la estigmatización de los otros por si condición de origen, de raza, de economía entre otras. Pues estamos llamados para tener cuidado del que esté en un contexto más débil, de promover a la persona y defender sus derechos.

Y, sea el lugar en el que nos toque habitar hoy en día, hemos de tener el coraje y valor de testimoniar nuestro compromiso de ciudadanos incluyentes, muchos de nosotros también impulsados por un credo cristiano y salesiano de desobedecer desde nuestra fe a políticas e ideologías que nos traten de imponer separación y comprensiones de los otros como enemigos de nosotros.