/ miércoles 31 de julio de 2019

“Biblioteca de la periferia”



“Las conversaciones de periferia que realmente son de centro”




¿Cuántas veces al día recibiremos preguntas tan fundamentales, tan nucleares, tan cargadas de sentido? Podría atreverme a decir que muchísimas, pero pocas veces somos conscientes de ello.


En nuestro lenguaje cotidiano, quizá más por costumbre y protocolo que por real interés, empleamos expresiones y preguntas que en su conformación de sentido son cuestiones determinantes, fundamentales, muy directas e incluso de cierta reserva de intimidad. Si fuésemos conscientes y determinantes al preguntar, así como al responder al recibir dichas cuestiones, nuestros diálogos serían realmente largos y de un nivel de profundización tan fuerte que más de alguna vez nos estremeceríamos. Pero -quizá para alivio de muchos- los traducimos la mayoría de las veces como meros usos y costumbres, formas estereotipadas de emitir un saludo o iniciar una comunicación -muchas de las veces muy superficial- con alguna persona.


¿Cómo estás?... es quizá una de las preguntas que más usamos al día, pero si bien la usamos como pregunta periférica, en realidad es una pregunta muy profunda y que sí le quisiéramos responder con toda honestidad y catarsis, el que nos interrogó de una manera muy coloquial quizá se espantaría e inquietaría porque su auténtica intención no era saber “cómo estamos” sino la de saludar para iniciar otra cuestión o simplemente para ser atendido.


Muchas de las veces uno pregunta “¿cómo estas?” sin prestar atención a la respuesta, porque presupone la automática respuesta de “bien, gracias” aunque quizá no sea cierta porque ni siquiera la respuesta quiere realmente responder a esa cuestión sino continuar el protocolo de inicio de un diálogo.


Así entonces, esa pregunta, que realmente es cuestión central, la hacemos periférica. Y quizá como esa tenemos varias. Aquí otras que pueden ser ejemplo: ¿qué tal te va?, ¿cómo te fue? ¿cómo te sientes? ¿qué hay?


Por otra parte, existen preguntas que a veces se suelen hacer en conversaciones iniciales con personas que apenas se están conociendo o familiarizando, pero que para muchos les pueden resultar preguntas incómodas o muy atrevidas por tocar ciertos umbrales de ser cuestiones muy personales, y nuestros clichés las ponen como en las preguntas de alguien que quiere hacer conversación con “desconocidos”: ¿a qué te dedicas? ¿dónde has estado? ¿en qué crees?


Nuestro lenguaje quizá le hemos domesticado de tal forma que hemos reducido su fuerza o le hemos empleado para meras muletillas que intentan buscar realmente otra cosa y no lo que sus letras y entonaciones están refiriendo. Si bien no es lo más feliz saber que el lenguaje se empequeñezca respecto a lo que realmente quiera decir, lo más triste sería que otras realidades nuestras también las vayamos domesticando y, siendo centrales para nuestra vida, las vayamos relegando a una periferia donde no nos signifiquen lo que realmente esa realidad nos quiera decir.


Existen hoy en día muchas sensibilidades que nos han ayudado a repensar esto; dígase por ejemplo del caso de los grupos incluyentes, donde buscan que el tema del género esté presente en nuestro lenguaje cotidiano. Para algunos podrá parecer exageración, para otras personas puede resultar una justicia, pero sea del lado que se quiera ver, quizá un elemento importante es reconocer la potencia del lenguaje, y no querer domesticar (aunque sea sin mala intención) la fuerza del vocablo, pues no sea que luego eso nos vuelva indiferentes y confundamos una pregunta banal con una pregunta sincera y honesta que realmente espere de nosotros una respuesta abierta y profunda digna de todo el tiempo del mundo para atenderla.



“Las conversaciones de periferia que realmente son de centro”




¿Cuántas veces al día recibiremos preguntas tan fundamentales, tan nucleares, tan cargadas de sentido? Podría atreverme a decir que muchísimas, pero pocas veces somos conscientes de ello.


En nuestro lenguaje cotidiano, quizá más por costumbre y protocolo que por real interés, empleamos expresiones y preguntas que en su conformación de sentido son cuestiones determinantes, fundamentales, muy directas e incluso de cierta reserva de intimidad. Si fuésemos conscientes y determinantes al preguntar, así como al responder al recibir dichas cuestiones, nuestros diálogos serían realmente largos y de un nivel de profundización tan fuerte que más de alguna vez nos estremeceríamos. Pero -quizá para alivio de muchos- los traducimos la mayoría de las veces como meros usos y costumbres, formas estereotipadas de emitir un saludo o iniciar una comunicación -muchas de las veces muy superficial- con alguna persona.


¿Cómo estás?... es quizá una de las preguntas que más usamos al día, pero si bien la usamos como pregunta periférica, en realidad es una pregunta muy profunda y que sí le quisiéramos responder con toda honestidad y catarsis, el que nos interrogó de una manera muy coloquial quizá se espantaría e inquietaría porque su auténtica intención no era saber “cómo estamos” sino la de saludar para iniciar otra cuestión o simplemente para ser atendido.


Muchas de las veces uno pregunta “¿cómo estas?” sin prestar atención a la respuesta, porque presupone la automática respuesta de “bien, gracias” aunque quizá no sea cierta porque ni siquiera la respuesta quiere realmente responder a esa cuestión sino continuar el protocolo de inicio de un diálogo.


Así entonces, esa pregunta, que realmente es cuestión central, la hacemos periférica. Y quizá como esa tenemos varias. Aquí otras que pueden ser ejemplo: ¿qué tal te va?, ¿cómo te fue? ¿cómo te sientes? ¿qué hay?


Por otra parte, existen preguntas que a veces se suelen hacer en conversaciones iniciales con personas que apenas se están conociendo o familiarizando, pero que para muchos les pueden resultar preguntas incómodas o muy atrevidas por tocar ciertos umbrales de ser cuestiones muy personales, y nuestros clichés las ponen como en las preguntas de alguien que quiere hacer conversación con “desconocidos”: ¿a qué te dedicas? ¿dónde has estado? ¿en qué crees?


Nuestro lenguaje quizá le hemos domesticado de tal forma que hemos reducido su fuerza o le hemos empleado para meras muletillas que intentan buscar realmente otra cosa y no lo que sus letras y entonaciones están refiriendo. Si bien no es lo más feliz saber que el lenguaje se empequeñezca respecto a lo que realmente quiera decir, lo más triste sería que otras realidades nuestras también las vayamos domesticando y, siendo centrales para nuestra vida, las vayamos relegando a una periferia donde no nos signifiquen lo que realmente esa realidad nos quiera decir.


Existen hoy en día muchas sensibilidades que nos han ayudado a repensar esto; dígase por ejemplo del caso de los grupos incluyentes, donde buscan que el tema del género esté presente en nuestro lenguaje cotidiano. Para algunos podrá parecer exageración, para otras personas puede resultar una justicia, pero sea del lado que se quiera ver, quizá un elemento importante es reconocer la potencia del lenguaje, y no querer domesticar (aunque sea sin mala intención) la fuerza del vocablo, pues no sea que luego eso nos vuelva indiferentes y confundamos una pregunta banal con una pregunta sincera y honesta que realmente espere de nosotros una respuesta abierta y profunda digna de todo el tiempo del mundo para atenderla.