/ martes 22 de septiembre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los hijos del maíz… y la periferia”

Se asocia mucho a nuestra cultura el maíz, eso es algo indiscutible porque es un elemento muy presente, no sólo en el arte culinario sino en tantos elementos de la vida cotidiana por su gran uso e identidad con su consumo y significatividad.

Pero debemos hacer justicia a la historia, y darnos cuenta de que el maíz, tal como le conocemos y el uso que le damos, tiene todo un desarrollo milenario (unos ocho mil años), pues el maíz es descendiente del Teocintle, aquella especie primigenia mediante la cual inició un proceso de selección de grano y del cual se desprendió una gran variedad de mazorcas y tras diversos años de trato con ella han surgido una gran diversidad de descendientes, hasta encontrarnos con mazorcas con granos muy parejitos y alineados. Y en su domesticación encontramos una vastísima lista de usos.

Esta conquista que nos hace tener el privilegio de degustar en multiplicidad de formas el maíz, de crearnos una cultura e identidad social en torno de ella, ese placer de mostrar al mundo entero las maravillas que se pueden obtener a través de su cultivo, todo eso debe tener el reconocimiento de un trabajo colectivo, de un empeño con paciencia, con generosidad de compartir -de generación a generación- todo un itinerario de usos y desusos, de estrategias y recetas, para llegar al nivel de apropiación de estos granos como una parte esencial de la vida de muchísimos en el mundo.

¿Qué nos puede enseñar el comernos un rico elote con salesita y chilito en polvo? Pues entre tantas cosas, pienso ahora, que nos puede ayudar a caer en cuenta que los grandes méritos de la humanidad son frutos de procesos colectivos, de comunicación e intercambio entre los seres humanos, de aprendizajes y apertura para tomar cosas del pasado, procesarlas y transmitirlas a las siguientes generaciones. Que somos parte de una larguísima cadena en el tiempo. Que no somos mejores que nuestros antepasados, ni peores, simplemente somos unos eslabones más en esa larga cadena de tradición, que nos toca el compromiso de agradecer a nuestros antepasados y de ser generosos con los que nos continuarán.

Mirar el maíz, tal como lo vemos y disfrutamos hoy, al comernos una tortilla o bebernos un rico atole, debería ayudarnos a procesar que la capacidad que tenemos ahora de leer textos en un teléfono móvil, o la de poder trasladarnos en cosa de horas de un continente a otro a través de un avión, no es sólo por méritos de nuestra generación, sino que somos herederos de un sinfín de aprendizajes y transmisiones de saberes y experiencias de legado a legado. Un camino que no concluye con nosotros sino que toca hacer buen uso y pensar en la herencia.

Estamos en una fase, como quizá toda generación en su momento, de pensar que tenemos que actuar como dicen los letreros de aulas compartidas: “deja el espacio que usas no sólo como lo recibiste, sino mejor, para los que vengan después de ti”.

¿Qué sociedad queremos dejar a los que vienen tras nosotros? ¿En qué nos gustaría ser “Teocintles” para las próximas generaciones? Bueno, son ya demasiados pensamientos para el poco tiempo que tengo en terminar de comerme este rico pan de elote. ¡Provecho!



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Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los hijos del maíz… y la periferia”

Se asocia mucho a nuestra cultura el maíz, eso es algo indiscutible porque es un elemento muy presente, no sólo en el arte culinario sino en tantos elementos de la vida cotidiana por su gran uso e identidad con su consumo y significatividad.

Pero debemos hacer justicia a la historia, y darnos cuenta de que el maíz, tal como le conocemos y el uso que le damos, tiene todo un desarrollo milenario (unos ocho mil años), pues el maíz es descendiente del Teocintle, aquella especie primigenia mediante la cual inició un proceso de selección de grano y del cual se desprendió una gran variedad de mazorcas y tras diversos años de trato con ella han surgido una gran diversidad de descendientes, hasta encontrarnos con mazorcas con granos muy parejitos y alineados. Y en su domesticación encontramos una vastísima lista de usos.

Esta conquista que nos hace tener el privilegio de degustar en multiplicidad de formas el maíz, de crearnos una cultura e identidad social en torno de ella, ese placer de mostrar al mundo entero las maravillas que se pueden obtener a través de su cultivo, todo eso debe tener el reconocimiento de un trabajo colectivo, de un empeño con paciencia, con generosidad de compartir -de generación a generación- todo un itinerario de usos y desusos, de estrategias y recetas, para llegar al nivel de apropiación de estos granos como una parte esencial de la vida de muchísimos en el mundo.

¿Qué nos puede enseñar el comernos un rico elote con salesita y chilito en polvo? Pues entre tantas cosas, pienso ahora, que nos puede ayudar a caer en cuenta que los grandes méritos de la humanidad son frutos de procesos colectivos, de comunicación e intercambio entre los seres humanos, de aprendizajes y apertura para tomar cosas del pasado, procesarlas y transmitirlas a las siguientes generaciones. Que somos parte de una larguísima cadena en el tiempo. Que no somos mejores que nuestros antepasados, ni peores, simplemente somos unos eslabones más en esa larga cadena de tradición, que nos toca el compromiso de agradecer a nuestros antepasados y de ser generosos con los que nos continuarán.

Mirar el maíz, tal como lo vemos y disfrutamos hoy, al comernos una tortilla o bebernos un rico atole, debería ayudarnos a procesar que la capacidad que tenemos ahora de leer textos en un teléfono móvil, o la de poder trasladarnos en cosa de horas de un continente a otro a través de un avión, no es sólo por méritos de nuestra generación, sino que somos herederos de un sinfín de aprendizajes y transmisiones de saberes y experiencias de legado a legado. Un camino que no concluye con nosotros sino que toca hacer buen uso y pensar en la herencia.

Estamos en una fase, como quizá toda generación en su momento, de pensar que tenemos que actuar como dicen los letreros de aulas compartidas: “deja el espacio que usas no sólo como lo recibiste, sino mejor, para los que vengan después de ti”.

¿Qué sociedad queremos dejar a los que vienen tras nosotros? ¿En qué nos gustaría ser “Teocintles” para las próximas generaciones? Bueno, son ya demasiados pensamientos para el poco tiempo que tengo en terminar de comerme este rico pan de elote. ¡Provecho!



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