/ martes 10 de noviembre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los castigos y la periferia”

A nuestra generación ya no nos tocó la manera global de aplicación de “justicia penal”, aquellos modos en los que el castigo, efecto de los actos infringidos del acusado, eran exhibidos públicamente, casi como si fuese una “fiesta punitiva”: cuerpo supliciado, descuartizado, amputado, marcado simbólicamente en partes muy visibles, expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo, etc. Estas visiones ahora son observadas a través de las series televisivas o filmes que relatan formas de vida pasadas. Y es que estas maneras de asociación de una pena con un castigo han tenido fases de extinción desde fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.

Aquellos rituales que cerraban los delitos a través de los castigos físicos y exhibidos -muchas veces muy teatralizados- ahora pueden considerarse sospechosos por equiparar prácticamente la misma pena con el acto infringido, por lo que el mismo juez o verdugo acaba siendo tan criminales como el acusado. Así, la ejecución pública, el castigo exhibido, ha dejado de ser aplicado de esta forma y se ha traspasado al lado más oculto del proceso penal. “Es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar”, dice M. Foucault. La forma administrativa de operar el proceso penal tiene pues una operatividad poco puesta a los ojos públicos, dejando entonces la desaparición del espectáculo y la anulación del dolor físico como estrategias punitivas convencionales.

Se podría pues, decir que ahora existe una penalidad de lo no corporal, aunque es atrevido imaginar que sea verdad. Han cambiado ciertamente muchas cosas y el espacio de la operación punitiva no puede ser sólo y exclusivamente el cuerpo en sí mismo, como tampoco solamente las faltas e infracciones son dirigidas a acciones físicas. La historia misma nos ha hecho ver cómo se consideran faltas acciones que no van sobre aspectos físicos: la calumnia, la burla, blasfemia. No sólo los robos con violencia, los asesinatos o las agresiones físicas, sino también los acosos y sus múltiples características, las injurias y otras tantas cosas. Razón por la cual podemos también pensar que existen muchos castigos que no precisamente recaen sobre un aspecto material-físico-corporal.

Hoy ya se habla más de aspectos de corrección, de “curar”, de reintegrar o reinsertar, mas que castigar. Lo cual implica elementos extrajudiciales en los procesos que recaen sobre quien a infringido las normas y es sometido a un proceso penal. Inclusive en casa, desde lo domestico, lo que antes aplicaba con nosotros, los jalones de oreja, la “chancla”, las “nalgadas”, como lo eran también la instalación de “orejas de burro”, los varazos y “reglazos” en las manos por parte de nuestros instructores educativos en las escuelas, ahora migran a otro tipo de “correcciones” y estrategias de sanciones en vías a que se pueda corregir, enmendar e incluso reparar.

Cuando miramos desde esos círculos cercanos en que también fuimos víctimas de castigos, o merecedores de esos medios de corrección, podemos también migrar nuestros pensamientos a instancias mayores para considerar cuáles deberían de ser las medidas y estrategias adecuadas para -no sólo castigar- sino sobre todo devolver a nuestras vidas la oportunidad de volver a empezar, desde condiciones más justas y equitativas.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los castigos y la periferia”

A nuestra generación ya no nos tocó la manera global de aplicación de “justicia penal”, aquellos modos en los que el castigo, efecto de los actos infringidos del acusado, eran exhibidos públicamente, casi como si fuese una “fiesta punitiva”: cuerpo supliciado, descuartizado, amputado, marcado simbólicamente en partes muy visibles, expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo, etc. Estas visiones ahora son observadas a través de las series televisivas o filmes que relatan formas de vida pasadas. Y es que estas maneras de asociación de una pena con un castigo han tenido fases de extinción desde fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.

Aquellos rituales que cerraban los delitos a través de los castigos físicos y exhibidos -muchas veces muy teatralizados- ahora pueden considerarse sospechosos por equiparar prácticamente la misma pena con el acto infringido, por lo que el mismo juez o verdugo acaba siendo tan criminales como el acusado. Así, la ejecución pública, el castigo exhibido, ha dejado de ser aplicado de esta forma y se ha traspasado al lado más oculto del proceso penal. “Es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar”, dice M. Foucault. La forma administrativa de operar el proceso penal tiene pues una operatividad poco puesta a los ojos públicos, dejando entonces la desaparición del espectáculo y la anulación del dolor físico como estrategias punitivas convencionales.

Se podría pues, decir que ahora existe una penalidad de lo no corporal, aunque es atrevido imaginar que sea verdad. Han cambiado ciertamente muchas cosas y el espacio de la operación punitiva no puede ser sólo y exclusivamente el cuerpo en sí mismo, como tampoco solamente las faltas e infracciones son dirigidas a acciones físicas. La historia misma nos ha hecho ver cómo se consideran faltas acciones que no van sobre aspectos físicos: la calumnia, la burla, blasfemia. No sólo los robos con violencia, los asesinatos o las agresiones físicas, sino también los acosos y sus múltiples características, las injurias y otras tantas cosas. Razón por la cual podemos también pensar que existen muchos castigos que no precisamente recaen sobre un aspecto material-físico-corporal.

Hoy ya se habla más de aspectos de corrección, de “curar”, de reintegrar o reinsertar, mas que castigar. Lo cual implica elementos extrajudiciales en los procesos que recaen sobre quien a infringido las normas y es sometido a un proceso penal. Inclusive en casa, desde lo domestico, lo que antes aplicaba con nosotros, los jalones de oreja, la “chancla”, las “nalgadas”, como lo eran también la instalación de “orejas de burro”, los varazos y “reglazos” en las manos por parte de nuestros instructores educativos en las escuelas, ahora migran a otro tipo de “correcciones” y estrategias de sanciones en vías a que se pueda corregir, enmendar e incluso reparar.

Cuando miramos desde esos círculos cercanos en que también fuimos víctimas de castigos, o merecedores de esos medios de corrección, podemos también migrar nuestros pensamientos a instancias mayores para considerar cuáles deberían de ser las medidas y estrategias adecuadas para -no sólo castigar- sino sobre todo devolver a nuestras vidas la oportunidad de volver a empezar, desde condiciones más justas y equitativas.