/ martes 8 de diciembre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

“El campo y la periferia”

El auge de la industrialización provocó un viraje hacia las grandes urbes, abandonando muchos el campo para migrar a las ciudades. Todo un movimiento que se gestó más evidentemente desde el siglo XIX y se prolonga hasta nuestros días, dando una reconfiguración a las formas de concebir la vida y los consumos a nivel global.

Hoy podemos encontrar tremendas cantidades poblacionales de seres humanos concentrados en pocos kilómetros, mientras que inmensidades de territorios han sido dejados y marginados, no sólo de pobladores sino de significaciones.

Las áreas no pobladas se convierten en espacios que muchas veces “no valen por sí mismos” sino que su “reserva” son para nutrir las metrópolis, entonces esas zonas acaban siendo explotadas, usadas como periferia de las ciudades.

Muchos de los que consideramos valores los encajonamos como propiedad de quien vive en la ciudad y se desvalora o usa peyorativamente a los que son referidos de las zonas no urbanizadas. Piénsese cómo en nuestro lenguaje cotidiano suele usarse expresiones como “no seas ranchero” para referir a quien pareciera tímido o desubicado, o la de “parece que bajaste del cerro” casi como sinónimo de ignorante. Incluso en las estadísticas, hubo momentos en que los indicadores de medición de pobreza o marginación colocaban reactivos como el de si cuenta con piso de tierra, como materialización de pobreza. Pero si cuestionáramos a mucha gente de campo, que habitan en casas cuyo piso es de tierra, en absoluto se sienten pobres por ello. Los parámetros pues, están marcados por un imaginario en que ubica al citadino como el “civilizado” y al campesino como “rezagado”.

Esto nos recuerda también la inconsistencia al relacionar casi como similitud la inteligencia con el nivel de escolaridad cursado. Sabemos que ciertamente la educación bajo el sistema escolar es un instrumento que ayuda e incentiva diversos aprendizajes y conocimientos, pero no anula o agota todas las posibilidades del saber. Pero también hoy en día podemos reconocer cómo mucha gente que vive y hace su vida en poblados menos masivos, llegan a adquirir grandes conocimientos, incluidos los académicos. Se da gran técnica y tecnología en el campo, se dan grandes saberes y formas de vida plena en ámbitos no urbanos, los ritmos y tiempos de vivir son también plenos y gratificantes como lo pueden ser en la ciudad, incluso mejores.

El discurso dominante es quien ha acentuado más la vida de la ciudad como un estilo de vida óptimo y privilegia ese estatus de vida, nos ha instalado en una posición donde muchos miramos lo no-urbano como periférico, no sólo geográfica sino también simbólicamente. Históricamente también se ha explotado más a la gente que trabaja el campo, sin darle el debido reconocimiento ni la debida corresponsabilidad a su esfuerzo y relevancia de su trabajo, suele incentivársele menos, se le gratifica poco en oposición a lo grande de su labor.

Si nos damos la oportunidad de visitar otros modos de vida, no sólo como turistas que vamos a tratar de llevar nuestros modos de vida citadinos a un contexto pueblerino, sino que buscamos internarnos en sus formas de vivir y sentir su contexto, podría darnos la ocasión de reconocer lo rico que son, lo sabio que son, lo bello que son, aunque a veces nosotros les cataloguemos -sin darnos cuenta- de manera tan diversa.

“El campo y la periferia”

El auge de la industrialización provocó un viraje hacia las grandes urbes, abandonando muchos el campo para migrar a las ciudades. Todo un movimiento que se gestó más evidentemente desde el siglo XIX y se prolonga hasta nuestros días, dando una reconfiguración a las formas de concebir la vida y los consumos a nivel global.

Hoy podemos encontrar tremendas cantidades poblacionales de seres humanos concentrados en pocos kilómetros, mientras que inmensidades de territorios han sido dejados y marginados, no sólo de pobladores sino de significaciones.

Las áreas no pobladas se convierten en espacios que muchas veces “no valen por sí mismos” sino que su “reserva” son para nutrir las metrópolis, entonces esas zonas acaban siendo explotadas, usadas como periferia de las ciudades.

Muchos de los que consideramos valores los encajonamos como propiedad de quien vive en la ciudad y se desvalora o usa peyorativamente a los que son referidos de las zonas no urbanizadas. Piénsese cómo en nuestro lenguaje cotidiano suele usarse expresiones como “no seas ranchero” para referir a quien pareciera tímido o desubicado, o la de “parece que bajaste del cerro” casi como sinónimo de ignorante. Incluso en las estadísticas, hubo momentos en que los indicadores de medición de pobreza o marginación colocaban reactivos como el de si cuenta con piso de tierra, como materialización de pobreza. Pero si cuestionáramos a mucha gente de campo, que habitan en casas cuyo piso es de tierra, en absoluto se sienten pobres por ello. Los parámetros pues, están marcados por un imaginario en que ubica al citadino como el “civilizado” y al campesino como “rezagado”.

Esto nos recuerda también la inconsistencia al relacionar casi como similitud la inteligencia con el nivel de escolaridad cursado. Sabemos que ciertamente la educación bajo el sistema escolar es un instrumento que ayuda e incentiva diversos aprendizajes y conocimientos, pero no anula o agota todas las posibilidades del saber. Pero también hoy en día podemos reconocer cómo mucha gente que vive y hace su vida en poblados menos masivos, llegan a adquirir grandes conocimientos, incluidos los académicos. Se da gran técnica y tecnología en el campo, se dan grandes saberes y formas de vida plena en ámbitos no urbanos, los ritmos y tiempos de vivir son también plenos y gratificantes como lo pueden ser en la ciudad, incluso mejores.

El discurso dominante es quien ha acentuado más la vida de la ciudad como un estilo de vida óptimo y privilegia ese estatus de vida, nos ha instalado en una posición donde muchos miramos lo no-urbano como periférico, no sólo geográfica sino también simbólicamente. Históricamente también se ha explotado más a la gente que trabaja el campo, sin darle el debido reconocimiento ni la debida corresponsabilidad a su esfuerzo y relevancia de su trabajo, suele incentivársele menos, se le gratifica poco en oposición a lo grande de su labor.

Si nos damos la oportunidad de visitar otros modos de vida, no sólo como turistas que vamos a tratar de llevar nuestros modos de vida citadinos a un contexto pueblerino, sino que buscamos internarnos en sus formas de vivir y sentir su contexto, podría darnos la ocasión de reconocer lo rico que son, lo sabio que son, lo bello que son, aunque a veces nosotros les cataloguemos -sin darnos cuenta- de manera tan diversa.