/ martes 26 de enero de 2021

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Políticos y policías en la periferia”

No siempre las palabras cotidianas reflejan el real contenido de su significado, tantas veces las formas de referir a ciertos roles sociales nos dejan mucho que desear en referencia al vocablo que empleamos para llamarlos. Para ello evoco aquí dos ejemplos que, desde la periferia, nos hacen ver cómo una cosa es el nombre que les damos y otra el sentido mismo con que los interpretamos o resignificamos: el político como servidor público y el policía como autoridad.

Del primero ya se ha escrito mucho, tenemos ya bastante tiempo con una concepción muy pobre y desgastada del concepto político. Y si bien en los manuales o en el propio Aristóteles encontramos grandes elocuencias sobre el significado del político, acá desde la periferia nos referimos a ese que ostenta un cargo público, y que suele auto llamarse “servidor público”. Como en casi todo, no debemos caer en la trampa de pensar que toda la realidad está entre negro y blanco, sino que entre ambas existe una infinidad de tonalidades de grises. Así igual respecto al político, no todo político puede ser valorado del mismo modo, pues como habrá muchos que ciertamente ejercen su labor como un servicio a su comunidad confiada y que en él (o ella) han confiado para cederle formas varias de administrar esos bienes compartidos en sociedad, así también pueden verse a muchas y muchos que aprovechan su función para obtener ante todo beneficios propios e incluso a costa de los bienes públicos que se le han confiado.

Infelizmente podemos decir que existe una visión muy acentuada hacia el lado del mirar al político no como un servidor, sino como quien ejercita un poder sobre los demás. No con la vocación de atender a la sociedad para combatir las injusticias y mitigar los riesgos, sino como un oportunista que engaña, que es intocable y que no sacia su hambre de escalar hacia puestos de mayor dominio y ambición. No trabajando en función de la sociedad sino mirando a la sociedad en función suyo(a).

Ahí en la periferia, con términos como “licenciado” se suele nombrar a los servidores públicos, y se traspasan rituales y símbolos que resalten esa nominación como un sinónimo de poder y jerarquía; trajes y vestimentas formales, gran número de asistentes, escoltas, viáticos en clase ejecutiva, etc. Cierto que, como decía anteriormente, no todo político ni todo rango, pero es una tendencia y percepción que hace definir de modo distinto a este actor social a pesar de autonombrarse “servidor”.

Si ya este concepto de “político” está denigrado, cuánto más el de “policía” que, también por causa de muchos, se ha generalizado una percepción de ellas y ellos muy opuesta al de una “autoridad”, aunque así se les suela reconocer en la sociedad. Bastantes términos peyorativos son enunciados hacia estos elementos de seguridad, a causa de muchos atropellos y pocos incentivos hacia ellos por parte de sus superiores y responsables de temas de seguridad.

Se requieren ambos puestos en una sociedad como la nuestra, pero es sumamente necesario una restructura y recreación de sus modos de formarles, ejercer y administrar sus funciones y no impida que otros muchos que, con genuina vocación de servicio, puedan desempeñar sus trabajos para el bien de todos. Ellos y ellas, como nosotros, son también victimas de una violencia estructural que sigue dañando diversas instancias de nuestra sociedad para beneficio de unos pocos.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Políticos y policías en la periferia”

No siempre las palabras cotidianas reflejan el real contenido de su significado, tantas veces las formas de referir a ciertos roles sociales nos dejan mucho que desear en referencia al vocablo que empleamos para llamarlos. Para ello evoco aquí dos ejemplos que, desde la periferia, nos hacen ver cómo una cosa es el nombre que les damos y otra el sentido mismo con que los interpretamos o resignificamos: el político como servidor público y el policía como autoridad.

Del primero ya se ha escrito mucho, tenemos ya bastante tiempo con una concepción muy pobre y desgastada del concepto político. Y si bien en los manuales o en el propio Aristóteles encontramos grandes elocuencias sobre el significado del político, acá desde la periferia nos referimos a ese que ostenta un cargo público, y que suele auto llamarse “servidor público”. Como en casi todo, no debemos caer en la trampa de pensar que toda la realidad está entre negro y blanco, sino que entre ambas existe una infinidad de tonalidades de grises. Así igual respecto al político, no todo político puede ser valorado del mismo modo, pues como habrá muchos que ciertamente ejercen su labor como un servicio a su comunidad confiada y que en él (o ella) han confiado para cederle formas varias de administrar esos bienes compartidos en sociedad, así también pueden verse a muchas y muchos que aprovechan su función para obtener ante todo beneficios propios e incluso a costa de los bienes públicos que se le han confiado.

Infelizmente podemos decir que existe una visión muy acentuada hacia el lado del mirar al político no como un servidor, sino como quien ejercita un poder sobre los demás. No con la vocación de atender a la sociedad para combatir las injusticias y mitigar los riesgos, sino como un oportunista que engaña, que es intocable y que no sacia su hambre de escalar hacia puestos de mayor dominio y ambición. No trabajando en función de la sociedad sino mirando a la sociedad en función suyo(a).

Ahí en la periferia, con términos como “licenciado” se suele nombrar a los servidores públicos, y se traspasan rituales y símbolos que resalten esa nominación como un sinónimo de poder y jerarquía; trajes y vestimentas formales, gran número de asistentes, escoltas, viáticos en clase ejecutiva, etc. Cierto que, como decía anteriormente, no todo político ni todo rango, pero es una tendencia y percepción que hace definir de modo distinto a este actor social a pesar de autonombrarse “servidor”.

Si ya este concepto de “político” está denigrado, cuánto más el de “policía” que, también por causa de muchos, se ha generalizado una percepción de ellas y ellos muy opuesta al de una “autoridad”, aunque así se les suela reconocer en la sociedad. Bastantes términos peyorativos son enunciados hacia estos elementos de seguridad, a causa de muchos atropellos y pocos incentivos hacia ellos por parte de sus superiores y responsables de temas de seguridad.

Se requieren ambos puestos en una sociedad como la nuestra, pero es sumamente necesario una restructura y recreación de sus modos de formarles, ejercer y administrar sus funciones y no impida que otros muchos que, con genuina vocación de servicio, puedan desempeñar sus trabajos para el bien de todos. Ellos y ellas, como nosotros, son también victimas de una violencia estructural que sigue dañando diversas instancias de nuestra sociedad para beneficio de unos pocos.