/ martes 30 de marzo de 2021

“Biblioteca de la periferia”

“Visiones de periferia”

Cuando importa más la imagen que la realidad se llegan a dar muchos atropellos. Es cierto que a todos nos encantaría poder mostrar y hasta presumir que vivimos y actuamos en una sociedad justa, responsable y solidaria. Nos gusta o vemos que a muchos les gusta externar que las cosas están mejor ahora que antes, sobre todo porque quien lo dice está representando un cargo de responsabilidad y cae sobre esa persona el juicio de la gestión en turno.

Pero cuántas veces, por querer mostrar sólo lo bueno para recibir aplausos, se busca ocultar lo que está aún muy por debajo de los mínimos para una sociedad justa, en paz, equilibrada. Y es entonces cuando hacen su labor tantas estructuras para tratar de invisibilizar lo que “no conviene que se vea”. Se hacen “limpiezas” de las calles cuando vienen personalidades foráneas y tengan así una buena impresión de la ciudad. Y la limpieza consiste no sólo en retirar residuos, quitar pintas de los muros etc, sino incluso la de desplazar a los sin casa que están deambulando, a los del comercio informal que sabemos que siempre están por ahí. A los mendigos y gente que ha vivido en las calles, a los migrantes que están de paso.

Pero no sólo las autoridades y quienes están al frente de poblaciones significativas. También sucede en los otros niveles como ciudadanos, vamos inclusive acuñando expresiones que estigmatizan ciertas situaciones de la sociedad y sobretodo a personas que, desde un punto de vista convencional, resultan: non gratas.

Esas situaciones han ocasionado que los grupos que conforman asociaciones, como las organizaciones de la sociedad civil organizada, o los grupos de iglesias de diversas confesiones, quienes, por su inmersión en contextos de grandes distinciones y marginalidades, suelen buscar intervenciones para mitigar dichas injusticias. Pero muchas de las veces “chocan” con las voces oficiales, reduciendo sus opciones de hacer el bien.

Por ejemplo; contextos donde se instalan religiosas que atienden a personas afectadas en su piel, y luego las voces oficiales señalan que se ha erradicado tal enfermedad… eso trae cascada de consecuencias, entre ellas el retirar apoyos y subsidios a terceros para que puedan aplicarlos en dichas circunstancias. Entonces aquel grupo de religiosas, no sólo se complica su acción por la carencia de recursos sino que aún su misma presencia en la entidad se convierte en un “malestar” para las autoridades, pues su estadía en el lugar está contradiciendo un discurso oficial dado que el carisma de ellas es vivir y trabajar donde existan personas enfermas de la piel y sin acceso a servicios adecuados para su atención.

Lo mismo podría decirse sobre grupos que trabajan con personas en conflicto con la ley, o con quienes velan por los derechos de quienes están migrando, por los que son agredidos por sus formas de vivir y asumirse en su orientación sexual y aquellos otros que luchan por la impartición de justicia.

Son estas unas de muchas y multiformes experiencias que suceden en la sociedad y que, si hay más deseos de mostrar imagen positiva aunque falsa, entonces se desarrollan luchas. Pero sí, por el contrario, se llega a una suficiente autocrítica y determinación de que hay mucho por crecer, entonces se crean auténticas alianzas y sinergias para buscar juntos formas de seguir creciendo.

Ojalá que podamos tener el suficiente coraje de aceptar ciertas realidades para entonces empeñarnos de verdad en transformar para bien, y no sólo para beneficio de unos cuantos que quieren merecer los aplausos.

“Visiones de periferia”

Cuando importa más la imagen que la realidad se llegan a dar muchos atropellos. Es cierto que a todos nos encantaría poder mostrar y hasta presumir que vivimos y actuamos en una sociedad justa, responsable y solidaria. Nos gusta o vemos que a muchos les gusta externar que las cosas están mejor ahora que antes, sobre todo porque quien lo dice está representando un cargo de responsabilidad y cae sobre esa persona el juicio de la gestión en turno.

Pero cuántas veces, por querer mostrar sólo lo bueno para recibir aplausos, se busca ocultar lo que está aún muy por debajo de los mínimos para una sociedad justa, en paz, equilibrada. Y es entonces cuando hacen su labor tantas estructuras para tratar de invisibilizar lo que “no conviene que se vea”. Se hacen “limpiezas” de las calles cuando vienen personalidades foráneas y tengan así una buena impresión de la ciudad. Y la limpieza consiste no sólo en retirar residuos, quitar pintas de los muros etc, sino incluso la de desplazar a los sin casa que están deambulando, a los del comercio informal que sabemos que siempre están por ahí. A los mendigos y gente que ha vivido en las calles, a los migrantes que están de paso.

Pero no sólo las autoridades y quienes están al frente de poblaciones significativas. También sucede en los otros niveles como ciudadanos, vamos inclusive acuñando expresiones que estigmatizan ciertas situaciones de la sociedad y sobretodo a personas que, desde un punto de vista convencional, resultan: non gratas.

Esas situaciones han ocasionado que los grupos que conforman asociaciones, como las organizaciones de la sociedad civil organizada, o los grupos de iglesias de diversas confesiones, quienes, por su inmersión en contextos de grandes distinciones y marginalidades, suelen buscar intervenciones para mitigar dichas injusticias. Pero muchas de las veces “chocan” con las voces oficiales, reduciendo sus opciones de hacer el bien.

Por ejemplo; contextos donde se instalan religiosas que atienden a personas afectadas en su piel, y luego las voces oficiales señalan que se ha erradicado tal enfermedad… eso trae cascada de consecuencias, entre ellas el retirar apoyos y subsidios a terceros para que puedan aplicarlos en dichas circunstancias. Entonces aquel grupo de religiosas, no sólo se complica su acción por la carencia de recursos sino que aún su misma presencia en la entidad se convierte en un “malestar” para las autoridades, pues su estadía en el lugar está contradiciendo un discurso oficial dado que el carisma de ellas es vivir y trabajar donde existan personas enfermas de la piel y sin acceso a servicios adecuados para su atención.

Lo mismo podría decirse sobre grupos que trabajan con personas en conflicto con la ley, o con quienes velan por los derechos de quienes están migrando, por los que son agredidos por sus formas de vivir y asumirse en su orientación sexual y aquellos otros que luchan por la impartición de justicia.

Son estas unas de muchas y multiformes experiencias que suceden en la sociedad y que, si hay más deseos de mostrar imagen positiva aunque falsa, entonces se desarrollan luchas. Pero sí, por el contrario, se llega a una suficiente autocrítica y determinación de que hay mucho por crecer, entonces se crean auténticas alianzas y sinergias para buscar juntos formas de seguir creciendo.

Ojalá que podamos tener el suficiente coraje de aceptar ciertas realidades para entonces empeñarnos de verdad en transformar para bien, y no sólo para beneficio de unos cuantos que quieren merecer los aplausos.