/ viernes 9 de febrero de 2024

Cuando el pesimismo nos persigue

"No soy pesimista, el pesimista es el que espera que llueva, yo ya estoy empapado".

Schopenhauer


Para muchos, el mundo amanece cada mañana sumido en el caos, la desdicha y la desesperación, o al menos es lo que le parecería a cualquiera que lea un rotativo o escuche la radio, vea noticieros en televisión y haga eco de las tragedias que las acompañan; pero también cuando simplemente tenemos un gusto excesivo, por publicitar en redes sociales las malas noticias.

Sensación que se agrava, si el azar hace que suene la amarga y triste vida tirada al sumidero de los recuerdos, cuando cada mañana pasa por la cabeza ese mal entendido pesimista, que algunos tenemos dentro, al menos hasta que esa pócima milagrosa llamada “café” hace su aparición y estimula esos pequeños centros de placer de nuestro cerebro, que la evolución nos regaló.

Sin embargo, más allá de la poderosa pócima llamada cafeína, surgen y pululan una ola de motivadores oportunistas por doquier, asegurando que tienen el remedio para todos nuestros males; además que nos indican sobre como “vivir felices” mientras nos muestran su mejor <facie espiritual> inundada de buena voluntad, como si mágicamente, pudiéramos correr un tupido velo místico y mágico para aliviar y borrar todos nuestros achaques y mala fortuna.

Sin contar, que además las redes sociales, nos deslumbran con bellas frases escritas por sabios del pasado o por banales sabios del presente, que han hecho el agosto a costa de “enseñarnos” a los demás, cómo debemos ser felices.

El problema no es tanto, como se suele pregonar, decidir si el vaso está medio lleno, o medio vacío. La clave se encuentra, en ver si en realidad el agua contenida en el vaso está disponible, no importa si esta medio lleno o medio vacío.

Algunos filósofos como Séneca, Epicteto, Marco Aurelio o Nietzsche; trataron de responder a esa pesimista sensación que inunda a la población.

Todos ellos referían que no podríamos sentir felicidad y/o placer, si no existiera el dolor, igual sucede con lo que concierne al mal de las acciones morales, estas “no son en sí ni buenas ni malas”, sino que dependen de las interpretaciones que les otorgamos.

El mal, como el dolor, es la contrapartida que permite que exista el bien y el placer. O en las sabias palabras del emperador Marco Aurelio: “Todo lo que te ocurre, o lo puedes soportar o eres incapaz de hacerlo. Si te ocurre algo que puedes soportar por naturaleza, no te quejes sino sopórtalo, pues puedes hacerlo. Si, por el contrario, es algo que no puedes soportar por naturaleza, tampoco te quejes porque te agotará.

Recuerda que tú puedes soportar por naturaleza todo lo que tu opinión haga soportable y tolerable al indicarte que te interesa y te conviene hacerlo”.

Aunque nadie como Arthur Schopenhauer, quien dejo el delicado arte de ser pesimista.

Una sola “capsula” de su pensamiento puede aliviarnos las inevitables jaquecas, que nos produce esa avalancha de positivismo mal entendido, de cosmética felicidad, que pretenden ocultar las sabias arrugas de los claroscuros que en verdad iluminan nuestra existencia.

Aquí cabe recordar aquella regla por muchos conocida como la regla suprema y aspiración de la vida, que considera el enunciado de Aristóteles en la Ética a Nicómaco; donde refiere que “El hombre prudente no aspira al placer sino a la ausencia de dolor”.

Aforismo basado en qué, cuando el cuerpo de una persona se considera sano, y está expuesto a una pequeña herida o un punto doloroso, aquella salud del conjunto ya no aparece en el conocimiento, sino que la atención se dirige constantemente al dolor de la parte lesionada, desapareciendo la sensación vital de bienestar.

Así que, por consiguiente, quien quiera obtener el resultado de su vida orientada a la felicidad, tendrá que hacer la cuenta, no según las alegrías que ha disfrutado, sino según los males a los que se ha sustraído.

En efecto, la vida no existe realmente para ser disfrutada; sino para superarla.

En consecuencia, tiene la más feliz fortuna, aquel que pasa su vida sin excesivos dolores espirituales ni corporales, y no aquel a quien le caen en suerte las más vivas alegrías o los mayores placeres.

Por qué sin duda, todos aquellos pensadores de manera reflexiva, siempre evitaron los males.

Así que, usted decide si hace un alto y respira profundamente para reflexionar, si puede evitar un escenario que le pueda causar un dolor de cabeza.

¿Será cierto?

"No soy pesimista, el pesimista es el que espera que llueva, yo ya estoy empapado".

Schopenhauer


Para muchos, el mundo amanece cada mañana sumido en el caos, la desdicha y la desesperación, o al menos es lo que le parecería a cualquiera que lea un rotativo o escuche la radio, vea noticieros en televisión y haga eco de las tragedias que las acompañan; pero también cuando simplemente tenemos un gusto excesivo, por publicitar en redes sociales las malas noticias.

Sensación que se agrava, si el azar hace que suene la amarga y triste vida tirada al sumidero de los recuerdos, cuando cada mañana pasa por la cabeza ese mal entendido pesimista, que algunos tenemos dentro, al menos hasta que esa pócima milagrosa llamada “café” hace su aparición y estimula esos pequeños centros de placer de nuestro cerebro, que la evolución nos regaló.

Sin embargo, más allá de la poderosa pócima llamada cafeína, surgen y pululan una ola de motivadores oportunistas por doquier, asegurando que tienen el remedio para todos nuestros males; además que nos indican sobre como “vivir felices” mientras nos muestran su mejor <facie espiritual> inundada de buena voluntad, como si mágicamente, pudiéramos correr un tupido velo místico y mágico para aliviar y borrar todos nuestros achaques y mala fortuna.

Sin contar, que además las redes sociales, nos deslumbran con bellas frases escritas por sabios del pasado o por banales sabios del presente, que han hecho el agosto a costa de “enseñarnos” a los demás, cómo debemos ser felices.

El problema no es tanto, como se suele pregonar, decidir si el vaso está medio lleno, o medio vacío. La clave se encuentra, en ver si en realidad el agua contenida en el vaso está disponible, no importa si esta medio lleno o medio vacío.

Algunos filósofos como Séneca, Epicteto, Marco Aurelio o Nietzsche; trataron de responder a esa pesimista sensación que inunda a la población.

Todos ellos referían que no podríamos sentir felicidad y/o placer, si no existiera el dolor, igual sucede con lo que concierne al mal de las acciones morales, estas “no son en sí ni buenas ni malas”, sino que dependen de las interpretaciones que les otorgamos.

El mal, como el dolor, es la contrapartida que permite que exista el bien y el placer. O en las sabias palabras del emperador Marco Aurelio: “Todo lo que te ocurre, o lo puedes soportar o eres incapaz de hacerlo. Si te ocurre algo que puedes soportar por naturaleza, no te quejes sino sopórtalo, pues puedes hacerlo. Si, por el contrario, es algo que no puedes soportar por naturaleza, tampoco te quejes porque te agotará.

Recuerda que tú puedes soportar por naturaleza todo lo que tu opinión haga soportable y tolerable al indicarte que te interesa y te conviene hacerlo”.

Aunque nadie como Arthur Schopenhauer, quien dejo el delicado arte de ser pesimista.

Una sola “capsula” de su pensamiento puede aliviarnos las inevitables jaquecas, que nos produce esa avalancha de positivismo mal entendido, de cosmética felicidad, que pretenden ocultar las sabias arrugas de los claroscuros que en verdad iluminan nuestra existencia.

Aquí cabe recordar aquella regla por muchos conocida como la regla suprema y aspiración de la vida, que considera el enunciado de Aristóteles en la Ética a Nicómaco; donde refiere que “El hombre prudente no aspira al placer sino a la ausencia de dolor”.

Aforismo basado en qué, cuando el cuerpo de una persona se considera sano, y está expuesto a una pequeña herida o un punto doloroso, aquella salud del conjunto ya no aparece en el conocimiento, sino que la atención se dirige constantemente al dolor de la parte lesionada, desapareciendo la sensación vital de bienestar.

Así que, por consiguiente, quien quiera obtener el resultado de su vida orientada a la felicidad, tendrá que hacer la cuenta, no según las alegrías que ha disfrutado, sino según los males a los que se ha sustraído.

En efecto, la vida no existe realmente para ser disfrutada; sino para superarla.

En consecuencia, tiene la más feliz fortuna, aquel que pasa su vida sin excesivos dolores espirituales ni corporales, y no aquel a quien le caen en suerte las más vivas alegrías o los mayores placeres.

Por qué sin duda, todos aquellos pensadores de manera reflexiva, siempre evitaron los males.

Así que, usted decide si hace un alto y respira profundamente para reflexionar, si puede evitar un escenario que le pueda causar un dolor de cabeza.

¿Será cierto?