/ viernes 3 de mayo de 2024

La cultura de Sigmund Freud

El malestar en la cultura, es un texto que fue publicado en 1930, donde se rescata el carácter protector de la cultura; en la que el ser humano encuentra la felicidad, pero además lo hace consciente, que no puede sobrevivir sin ella; así que frente este escenario tal parece que la cultura es “obligada”

Sin embargo, una de las consecuencias de la cultura, es que ya nadie sabe cuál es su función en la sociedad, el sentido de ésta y de su participación.

Recordemos que somos seres sociales, pero también somos individuos, a los que la naturaleza nos ha dotado de instintos, que nos impulsan al egoísmo, el rencor y el odio; y que la cultura pretende domesticar, para favorecer la vida en común.

Esto nos permite identificarnos con otros, para crear lazos que nos unan en una comunidad, y que demarquen los límites que nos diferencian de otras.

Es importante mencionar, que la razón que alumbró la modernidad, olvidó que las sombras proyectadas por esa iluminación, ocultaban un malestar en la cultura, tanto en la que nos define, como en la que nos diferencia.

En este caso, Sigmund Freud; se dio cuenta que sus descubrimientos en torno a la psique y al subconsciente humano, eran una herramienta muy poderosa, que no solo le permitía analizar la compleja personalidad del ser humano, sino que era aplicable a otras áreas del conocimiento; arte, sociología, antropología o historia.

Hoy día, más que una terapia psicológica útil para las enfermedades mentales, el psicoanálisis se ha convertido en una técnica quirúrgica social, que bien aplicada, ilumina las sombras que subyacen a todas las manifestaciones aparentemente ocultas de nuestra sociedad, y que por mucho que deseemos barrer debajo de la alfombra, no van a desaparecer.

De tal forma que -El malestar de la cultura- es una obra que pretende sacar a la luz, esas sombras que tanto nos pesan.

Por otro lado, las relaciones personales y sociales son un lugar común, para la frustración y la insatisfacción; donde el dolor acecha en cada esquina de la vida social; entre amigos, compañeros de trabajo y familiares.

Curiosamente, estas son crueles pruebas del destino social, para después tan solo pensar o mencionar “si hubiera sabido”

Así que esa jaula llamada “cultura”, nos encarcela, y al mismo tiempo, alimenta nuestro ser social, pero olvida que no sólo somos seres gregarios, sino individuos y seres con instintos primigenios, que esa prisión reprime con dureza.

Interesante saber que ir a un estadio y ver un partido de fútbol, o quedar atrapado en el tráfico de un viernes por la tarde, nos hace vivir todo ese ímpetu y violencia, que estallan de vez en cuando, en ese polvorín social en el que vivimos.

Así que, unas cadenas invisibles nos atrapan en lo correcto y lo incorrecto, de acuerdo a las costumbres y moral, que predicamos o más bien, que nos enseñaron nuestros padres. Porque simplemente, no deberían existir esos tabúes, esa represión que provoca un malestar y una culpa que agreden nuestra libertad como individuos.

Freud refiere en esta obra, que nos encontramos atrapados en un callejón sin salida; con demasiadas restricciones que nos convierten en una sociedad psicótica; pero dejarnos libres de restricciones, podría terminar por disolver los beneficios de una vida común, inundada de anarquía y caos.

El autor menciona, que siempre nos quedará el arte, como la única vía que permite sublimar todos esos impulsos agresivos que se estancan en nuestra psique.

El arte, su creación, o su disfrute, permiten dar con una “puerta trasera”, para no estallar de frustración, y que es una manera de liberar toda esa energía, toda esa pulsión que no encuentra una salida natural.

Recordemos, que vivimos en tiempos donde todo es frágil, donde todo se desvanece; sentido, significado y orden. Pero no desaparecen, se transforman, se adaptan, evolucionan, crean nuevos sentidos y significados, nuevas y fragmentarias formas de entender el orden a partir del caos que lo crea.

Y ante eso tenemos dos alternativas, o evolucionamos aceptando la fragilidad, abrazando nuestra libertad y nuestros deseos, de tal manera que sean compatibles con otros, o involucionamos y nos estancamos, para convertir nuestras sociedades en un “paraíso de enfermedades y traumas mentales”.

¿Será cierto?

El malestar en la cultura, es un texto que fue publicado en 1930, donde se rescata el carácter protector de la cultura; en la que el ser humano encuentra la felicidad, pero además lo hace consciente, que no puede sobrevivir sin ella; así que frente este escenario tal parece que la cultura es “obligada”

Sin embargo, una de las consecuencias de la cultura, es que ya nadie sabe cuál es su función en la sociedad, el sentido de ésta y de su participación.

Recordemos que somos seres sociales, pero también somos individuos, a los que la naturaleza nos ha dotado de instintos, que nos impulsan al egoísmo, el rencor y el odio; y que la cultura pretende domesticar, para favorecer la vida en común.

Esto nos permite identificarnos con otros, para crear lazos que nos unan en una comunidad, y que demarquen los límites que nos diferencian de otras.

Es importante mencionar, que la razón que alumbró la modernidad, olvidó que las sombras proyectadas por esa iluminación, ocultaban un malestar en la cultura, tanto en la que nos define, como en la que nos diferencia.

En este caso, Sigmund Freud; se dio cuenta que sus descubrimientos en torno a la psique y al subconsciente humano, eran una herramienta muy poderosa, que no solo le permitía analizar la compleja personalidad del ser humano, sino que era aplicable a otras áreas del conocimiento; arte, sociología, antropología o historia.

Hoy día, más que una terapia psicológica útil para las enfermedades mentales, el psicoanálisis se ha convertido en una técnica quirúrgica social, que bien aplicada, ilumina las sombras que subyacen a todas las manifestaciones aparentemente ocultas de nuestra sociedad, y que por mucho que deseemos barrer debajo de la alfombra, no van a desaparecer.

De tal forma que -El malestar de la cultura- es una obra que pretende sacar a la luz, esas sombras que tanto nos pesan.

Por otro lado, las relaciones personales y sociales son un lugar común, para la frustración y la insatisfacción; donde el dolor acecha en cada esquina de la vida social; entre amigos, compañeros de trabajo y familiares.

Curiosamente, estas son crueles pruebas del destino social, para después tan solo pensar o mencionar “si hubiera sabido”

Así que esa jaula llamada “cultura”, nos encarcela, y al mismo tiempo, alimenta nuestro ser social, pero olvida que no sólo somos seres gregarios, sino individuos y seres con instintos primigenios, que esa prisión reprime con dureza.

Interesante saber que ir a un estadio y ver un partido de fútbol, o quedar atrapado en el tráfico de un viernes por la tarde, nos hace vivir todo ese ímpetu y violencia, que estallan de vez en cuando, en ese polvorín social en el que vivimos.

Así que, unas cadenas invisibles nos atrapan en lo correcto y lo incorrecto, de acuerdo a las costumbres y moral, que predicamos o más bien, que nos enseñaron nuestros padres. Porque simplemente, no deberían existir esos tabúes, esa represión que provoca un malestar y una culpa que agreden nuestra libertad como individuos.

Freud refiere en esta obra, que nos encontramos atrapados en un callejón sin salida; con demasiadas restricciones que nos convierten en una sociedad psicótica; pero dejarnos libres de restricciones, podría terminar por disolver los beneficios de una vida común, inundada de anarquía y caos.

El autor menciona, que siempre nos quedará el arte, como la única vía que permite sublimar todos esos impulsos agresivos que se estancan en nuestra psique.

El arte, su creación, o su disfrute, permiten dar con una “puerta trasera”, para no estallar de frustración, y que es una manera de liberar toda esa energía, toda esa pulsión que no encuentra una salida natural.

Recordemos, que vivimos en tiempos donde todo es frágil, donde todo se desvanece; sentido, significado y orden. Pero no desaparecen, se transforman, se adaptan, evolucionan, crean nuevos sentidos y significados, nuevas y fragmentarias formas de entender el orden a partir del caos que lo crea.

Y ante eso tenemos dos alternativas, o evolucionamos aceptando la fragilidad, abrazando nuestra libertad y nuestros deseos, de tal manera que sean compatibles con otros, o involucionamos y nos estancamos, para convertir nuestras sociedades en un “paraíso de enfermedades y traumas mentales”.

¿Será cierto?

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¿Y usted tiene discreción?

En el mundo dominado por las redes sociales, la premisa es publicar todo lo que hacemos; así. que es muy común, que las personas siempre estemos presumiendo de nuestros logros o nuestros méritos, buscando la admiración de los demás. Por lo que, exponernos y exponer todo lo que hacemos está de moda. Da igual de lo que se trate: lo que cocinamos, cuándo viajamos, qué ropa utilizamos y dónde la compramos, los logros de nuestros hijos, o qué hacemos cuando nos aburrimos, y hasta las peripecias que hace nuestro perro. El propósito es compartir y exponer la vida privada, la cotidianeidad de cada uno, para que la “vean” nuestras amistades más cercanas, pero además la mayor cantidad de gente. Así, en un mundo de infinitos escaparates, la discreción parece ser un valor que ha quedado en desuso, o en todo caso olvidado. La discreción, hace referencia a la cautela, para no contar lo que uno sabe o para guardar un secreto, cuando no hay necesidad de que lo sepan o conozcan los demás. A veces somos tan abiertos con otras personas, que incurrimos en riesgos, que ni siquiera sabemos que existen, ni las consecuencias que nos van a generar. Además, es habitual entre nosotros, que compitamos con quienes nos rodean, para conseguir figurar en los primeros puestos, buscando el reconocimiento social. Curiosamente en este contexto, la discreción resulta ser una virtud escasa, que facilita la convivencia y las relaciones personales, tanto en los entornos laborales, como en los domésticos o familiares. Frente a estos escenarios, una persona discreta sabe ser cautelosa y callar cuando es conveniente; además también es reservada, especialmente con los asuntos de los demás. Curiosamente una persona con estas cualidades, es confiable y un confidente ideal, con la que podríamos compartir una preocupación, un problema o incluso confiarle un secreto íntimo o privado. Porque estos secretos, no serán compartidos, ni medio compartidos, con otros. Una persona discreta, sabe actuar y hablar con tacto, desde la cercanía, haciendo siempre sentir cómoda a otra persona. Suele ser sensata y no busca figurar, ni ser protagónico. Por lo general no habla de sí misma, ni de sus virtudes ni de sus méritos frente a terceros. Aunque es consciente de ellos y de su valor, se siente más cómoda haciendo visibles las virtudes y los méritos de los demás. No tiene prisa, ya que siempre sabe esperar, hasta que llega el momento oportuno para actuar. Es importante referir, que las personas faltas de discreción, se verán en dificultades para ocultar su verdadero ser, y tratarán de enmascarar todo con excusas. Podríamos mencionar que el valor de la discreción, es directamente proporcional a la prudencia. La discreción es simplemente la base de la confianza. Que extraño se “escucha” que la discreción es la base la confianza; recordemos que la confianza, es resultado de un proceso de conocimiento y aprendizaje, la cual podemos perder en un instante. Porque estimado lector sin dudarlo, usted y un servidor, no nos sentiríamos seguros de compartir información, con personas que puedan darla a conocer con otras personas, con quienes no tenemos empatía o no conocemos. Lo más recomendable es que, si usted desea ser generoso, hágalo con cualquier cosa, menos con la información de los otros. Recuerde que una persona prudente se comporta, con sensatez, eligiendo en cada momento el comentario oportuno, también tiene el control con la información, al ejercer la discreción evitando traicionar el secreto o la intimidad de otros. Esto es un ejemplo de respeto, hacia quien le ha confiado información personal y privada; además es una muestra de lealtad. Y lo más importante una persona discreta y prudente, entiende y valora las emociones que puede sentir el otro y procura no provocar su dolor. Porque una frase o una conducta imprudente, acaban con todo y cambian la opinión que los demás tienen de usted. Recuerde que la confianza, es básica en las relaciones personales. Sin ella no podemos mantener relaciones profundas, tan solo frívolas, y superficiales. Porque una de las ventajas de ser prudente, es que usted consigue tener relaciones personales de calidad y respeto. Así que estimado lector, la pregunta obligada: ¿Y usted tiene el poder de la discreción?

Roberto Espíndola

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