El malestar en la cultura, es un texto que fue publicado en 1930, donde se rescata el carácter protector de la cultura; en la que el ser humano encuentra la felicidad, pero además lo hace consciente, que no puede sobrevivir sin ella; así que frente este escenario tal parece que la cultura es “obligada”
Sin embargo, una de las consecuencias de la cultura, es que ya nadie sabe cuál es su función en la sociedad, el sentido de ésta y de su participación.
Recordemos que somos seres sociales, pero también somos individuos, a los que la naturaleza nos ha dotado de instintos, que nos impulsan al egoísmo, el rencor y el odio; y que la cultura pretende domesticar, para favorecer la vida en común.
Esto nos permite identificarnos con otros, para crear lazos que nos unan en una comunidad, y que demarquen los límites que nos diferencian de otras.
Es importante mencionar, que la razón que alumbró la modernidad, olvidó que las sombras proyectadas por esa iluminación, ocultaban un malestar en la cultura, tanto en la que nos define, como en la que nos diferencia.
En este caso, Sigmund Freud; se dio cuenta que sus descubrimientos en torno a la psique y al subconsciente humano, eran una herramienta muy poderosa, que no solo le permitía analizar la compleja personalidad del ser humano, sino que era aplicable a otras áreas del conocimiento; arte, sociología, antropología o historia.
Hoy día, más que una terapia psicológica útil para las enfermedades mentales, el psicoanálisis se ha convertido en una técnica quirúrgica social, que bien aplicada, ilumina las sombras que subyacen a todas las manifestaciones aparentemente ocultas de nuestra sociedad, y que por mucho que deseemos barrer debajo de la alfombra, no van a desaparecer.
De tal forma que -El malestar de la cultura- es una obra que pretende sacar a la luz, esas sombras que tanto nos pesan.
Por otro lado, las relaciones personales y sociales son un lugar común, para la frustración y la insatisfacción; donde el dolor acecha en cada esquina de la vida social; entre amigos, compañeros de trabajo y familiares.
Curiosamente, estas son crueles pruebas del destino social, para después tan solo pensar o mencionar “si hubiera sabido”
Así que esa jaula llamada “cultura”, nos encarcela, y al mismo tiempo, alimenta nuestro ser social, pero olvida que no sólo somos seres gregarios, sino individuos y seres con instintos primigenios, que esa prisión reprime con dureza.
Interesante saber que ir a un estadio y ver un partido de fútbol, o quedar atrapado en el tráfico de un viernes por la tarde, nos hace vivir todo ese ímpetu y violencia, que estallan de vez en cuando, en ese polvorín social en el que vivimos.
Así que, unas cadenas invisibles nos atrapan en lo correcto y lo incorrecto, de acuerdo a las costumbres y moral, que predicamos o más bien, que nos enseñaron nuestros padres. Porque simplemente, no deberían existir esos tabúes, esa represión que provoca un malestar y una culpa que agreden nuestra libertad como individuos.
Freud refiere en esta obra, que nos encontramos atrapados en un callejón sin salida; con demasiadas restricciones que nos convierten en una sociedad psicótica; pero dejarnos libres de restricciones, podría terminar por disolver los beneficios de una vida común, inundada de anarquía y caos.
El autor menciona, que siempre nos quedará el arte, como la única vía que permite sublimar todos esos impulsos agresivos que se estancan en nuestra psique.
El arte, su creación, o su disfrute, permiten dar con una “puerta trasera”, para no estallar de frustración, y que es una manera de liberar toda esa energía, toda esa pulsión que no encuentra una salida natural.
Recordemos, que vivimos en tiempos donde todo es frágil, donde todo se desvanece; sentido, significado y orden. Pero no desaparecen, se transforman, se adaptan, evolucionan, crean nuevos sentidos y significados, nuevas y fragmentarias formas de entender el orden a partir del caos que lo crea.
Y ante eso tenemos dos alternativas, o evolucionamos aceptando la fragilidad, abrazando nuestra libertad y nuestros deseos, de tal manera que sean compatibles con otros, o involucionamos y nos estancamos, para convertir nuestras sociedades en un “paraíso de enfermedades y traumas mentales”.
¿Será cierto?