/ viernes 26 de noviembre de 2021

Y hablando de…

Dejar de hablar

No le voy a hablar de cuando, a causa de algún lamentable accidente, una persona pierde sus capacidades orales. Tampoco de cómo, con la edad, algunas personas van perdiendo la capacidad de expresarse. “Pásame el ése… ¿cómo se llama el lugar éste? … la cosa ésta hombre, la que hace los estos…”, son frases que cada vez se van utilizando con mayor frecuencia conforme la arena cruza la cintura del reloj de la vida; aunque ciertamente esto último sí es más parecido al tema que le quiero tratar.

Me tocó escuchar por radio una cápsula del Dr. Juan Antonio Lozano Diez, prestigiado catedrático y presidente de la junta directiva del IPADE y la Universidad Panamericana, sobre este preocupante tema: nuestra sociedad está perdiendo la capacidad de hablar. Inició mencionando que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española contiene un total de ochenta y ocho mil palabras, mientras que el diccionario de americanismos (aquellas palabras que utilizamos en los diversos países hispanoamericanos, como el llamar zapetas a lo que en España le llaman bragas); y cómo de todo ese arsenal de vocablos una persona común y corriente utiliza tan sólo entre quinientos y mil para expresarse con regularidad. La situación es más preocupante entre los jóvenes (como bien puede usted imaginarse), pues según el estudio citado por el académico este grupo etario utiliza únicamente unas doscientas cuarenta palabras para expresar todo lo que necesita.

Esta situación, y su tendencia, debe preocuparnos ya. El lenguaje es la forma en la que expresamos ideas, y en buena forma define nuestra identidad. Lozano citaba un ejemplo: mientras que en el español para definir la construcción que une dos lados utilizamos el vocablo “puente”, que es masculino, la lengua alemana utiliza el vocablo brücke, que en ese idioma es femenino. Así, cuando a un mexicano se le pide dar los atributos de un puente lo describe como firme, estable, sólido; mientras que un alemán lo hará diciendo que es bello, estético, armónico.

El leguaje traduce nuestra forma de ver el mundo en términos que nos sea fácil trasmitirlo, coinvirtiendo así nuestra visión en información útil para otros. A menor número de palabras en nuestro léxico menor es la capacidad para describir y conceptualizar la realidad que observamos, y en consecuencia, de trasmitir esos conocimientos.

Según dijo Lozano, se calcula que en el mundo existen todavía unas siete mil lenguas, y se considera también que cada semana se pierde definitivamente una de ellas. En México existen, según el último dato del INEGI, sesenta y nueve lenguas nacionales incluido el español; una investigación de la UNAM reveló que el sesenta por ciento de ellas están en riesgo de extinción. Pensemos en los ralámulis que al estarse asimilando a nuestras comunidades cada día van “achabochiandose” más.

Pensemos también en la degradación del y los idiomas. En las últimas décadas la sociedad pasó de leer a preferir las historietas ilustradas, y ya no hablemos de la aparición en el presente siglo de los celulares, lo populares que se han vuelto y la cotidianidad con la que los utilizamos, que nos han lleva del “te quiero mucho”, al “TQM” y ahora a una imagen de un corazón rojo.

El uso de estos emoticones (imágenes que describen emociones) está sustituyendo aceleradamente la expresión escrita, y desde luego, no siempre son interpretados acorde a la intención de quien la envía.

Y al igual que una persona que pierde la capacidad de hablar se va aislando, se ve limitada para la convivencia social, nuestra sociedad se está convirtiendo en un cúmulo de individualidades inconexas. Piense usted en el riesgo que ello implica para la vida comunitaria, el deterioro de nuestra capacidad de expresión nos lleva a una pobreza de pensamiento, reduce los conceptos e ideas que compartimos, y entre menos compartimos más pobre es nuestra relación.

No podemos permitir que nuestro vasto idioma se vaya desvaneciendo como una margarita que pierde pétalos día a día. Recuerdo a mi admirado Germán Dehesa que decía emocionado que no podía imaginar la vida sin la palabra lapislázuli. Seamos conscientes de nuestra situación y sus riesgos, enfrentemos nuestra coyuntura con longanimidad.

Ya en el siglo XVIII Voltaire decía “A pesar de la enorme cantidad de libros que hay en el mundo, ¡qué poca gente lee!” En aquel entonces el acceso a la educación era limitado, la capacidad de adquirir libros aún más, y el analfabetismo una condición común. Hoy la educación se ha extendido y la lucha por erradicar el analfabetismo rinde resultados, pero de muy poco nos va a servir que todos podamos leer si no lo volvemos una práctica ordinaria.

Se requiere, sí, de políticas públicas que promuevan la lectura, único medio conocido para incrementar el lenguaje personal y las capacidades comunicativas, pero también de una costumbre familiar que procure que ésta se realice. Hoy suelo recordar con mis hijas que las “sobornaba” para que leyeran cuando eran niñas, ofreciéndoles premios por cada libro que leían, cada familia debe encontrar la manera de mantenerse siempre activos en la lectura.

Sin palabras no hay ideas, y así parece estar la presente administración federal que no tiene ni idea de lo que está haciendo con el país, y prefiere ocultar sus acciones tras un decreto de oscuridad.

Pero le escribo estas líneas el día en que nuestros vecinos se reúnen para dar gracias, y aprovechando esa festividad le doy las gracias a usted por dispensarme su atención cada semana y expresar mi deseo de continuar esta relación para, con muchas palabras, seguir hablando de…

Dejar de hablar

No le voy a hablar de cuando, a causa de algún lamentable accidente, una persona pierde sus capacidades orales. Tampoco de cómo, con la edad, algunas personas van perdiendo la capacidad de expresarse. “Pásame el ése… ¿cómo se llama el lugar éste? … la cosa ésta hombre, la que hace los estos…”, son frases que cada vez se van utilizando con mayor frecuencia conforme la arena cruza la cintura del reloj de la vida; aunque ciertamente esto último sí es más parecido al tema que le quiero tratar.

Me tocó escuchar por radio una cápsula del Dr. Juan Antonio Lozano Diez, prestigiado catedrático y presidente de la junta directiva del IPADE y la Universidad Panamericana, sobre este preocupante tema: nuestra sociedad está perdiendo la capacidad de hablar. Inició mencionando que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española contiene un total de ochenta y ocho mil palabras, mientras que el diccionario de americanismos (aquellas palabras que utilizamos en los diversos países hispanoamericanos, como el llamar zapetas a lo que en España le llaman bragas); y cómo de todo ese arsenal de vocablos una persona común y corriente utiliza tan sólo entre quinientos y mil para expresarse con regularidad. La situación es más preocupante entre los jóvenes (como bien puede usted imaginarse), pues según el estudio citado por el académico este grupo etario utiliza únicamente unas doscientas cuarenta palabras para expresar todo lo que necesita.

Esta situación, y su tendencia, debe preocuparnos ya. El lenguaje es la forma en la que expresamos ideas, y en buena forma define nuestra identidad. Lozano citaba un ejemplo: mientras que en el español para definir la construcción que une dos lados utilizamos el vocablo “puente”, que es masculino, la lengua alemana utiliza el vocablo brücke, que en ese idioma es femenino. Así, cuando a un mexicano se le pide dar los atributos de un puente lo describe como firme, estable, sólido; mientras que un alemán lo hará diciendo que es bello, estético, armónico.

El leguaje traduce nuestra forma de ver el mundo en términos que nos sea fácil trasmitirlo, coinvirtiendo así nuestra visión en información útil para otros. A menor número de palabras en nuestro léxico menor es la capacidad para describir y conceptualizar la realidad que observamos, y en consecuencia, de trasmitir esos conocimientos.

Según dijo Lozano, se calcula que en el mundo existen todavía unas siete mil lenguas, y se considera también que cada semana se pierde definitivamente una de ellas. En México existen, según el último dato del INEGI, sesenta y nueve lenguas nacionales incluido el español; una investigación de la UNAM reveló que el sesenta por ciento de ellas están en riesgo de extinción. Pensemos en los ralámulis que al estarse asimilando a nuestras comunidades cada día van “achabochiandose” más.

Pensemos también en la degradación del y los idiomas. En las últimas décadas la sociedad pasó de leer a preferir las historietas ilustradas, y ya no hablemos de la aparición en el presente siglo de los celulares, lo populares que se han vuelto y la cotidianidad con la que los utilizamos, que nos han lleva del “te quiero mucho”, al “TQM” y ahora a una imagen de un corazón rojo.

El uso de estos emoticones (imágenes que describen emociones) está sustituyendo aceleradamente la expresión escrita, y desde luego, no siempre son interpretados acorde a la intención de quien la envía.

Y al igual que una persona que pierde la capacidad de hablar se va aislando, se ve limitada para la convivencia social, nuestra sociedad se está convirtiendo en un cúmulo de individualidades inconexas. Piense usted en el riesgo que ello implica para la vida comunitaria, el deterioro de nuestra capacidad de expresión nos lleva a una pobreza de pensamiento, reduce los conceptos e ideas que compartimos, y entre menos compartimos más pobre es nuestra relación.

No podemos permitir que nuestro vasto idioma se vaya desvaneciendo como una margarita que pierde pétalos día a día. Recuerdo a mi admirado Germán Dehesa que decía emocionado que no podía imaginar la vida sin la palabra lapislázuli. Seamos conscientes de nuestra situación y sus riesgos, enfrentemos nuestra coyuntura con longanimidad.

Ya en el siglo XVIII Voltaire decía “A pesar de la enorme cantidad de libros que hay en el mundo, ¡qué poca gente lee!” En aquel entonces el acceso a la educación era limitado, la capacidad de adquirir libros aún más, y el analfabetismo una condición común. Hoy la educación se ha extendido y la lucha por erradicar el analfabetismo rinde resultados, pero de muy poco nos va a servir que todos podamos leer si no lo volvemos una práctica ordinaria.

Se requiere, sí, de políticas públicas que promuevan la lectura, único medio conocido para incrementar el lenguaje personal y las capacidades comunicativas, pero también de una costumbre familiar que procure que ésta se realice. Hoy suelo recordar con mis hijas que las “sobornaba” para que leyeran cuando eran niñas, ofreciéndoles premios por cada libro que leían, cada familia debe encontrar la manera de mantenerse siempre activos en la lectura.

Sin palabras no hay ideas, y así parece estar la presente administración federal que no tiene ni idea de lo que está haciendo con el país, y prefiere ocultar sus acciones tras un decreto de oscuridad.

Pero le escribo estas líneas el día en que nuestros vecinos se reúnen para dar gracias, y aprovechando esa festividad le doy las gracias a usted por dispensarme su atención cada semana y expresar mi deseo de continuar esta relación para, con muchas palabras, seguir hablando de…

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